MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 26 de febrero de 2014

LA AVENTURA

Antiguas casas del barrio Bueno Aires

E
n la cultura antioqueña (de antaño), era una costumbre ancestral, el abandonar la querencia del hogar en busca de mejores oportunidades o, simplemente por conocer otras costumbres. Salir para crear nuevos pueblos a golpes de hacha, así colonizaron medio país. Algunos, han dicho de esta actitud, que es por la descendencia judía que navega por sus venas, opinión que muchos rechazan. Sea lo que fuere, el paisa, (como también se le llama), ha sido un aventurero incansable que descansa cuando da el último aliento.
Los antepasados se lanzaban a los caminos montados a lomo de mula, pero la mayoría a pie limpio, haciendo jornadas hasta encontrar una fonda caminera, en la que hallaban lugar para descansar, tomar algún alimento y pasar la noche. Al despuntar el nuevo día, emprendían la jornada, por barriales, travesías de ríos, empinadas cimas y despeñaderos arriesgando la vida. Algunos se regresaban por enfermedad o temor a lo desconocido; otros más, nunca se volvía saber y la gran mayoría, se establecía en lugar escogido y en poco tiempo era el gamonal del contorno. La nueva generación, no es ni el remedo de aquellos montañeros de ruana, carriel y peinilla, tipleros, aguardienteros y trovadores repentistas que llevaban en el alma la honestidad custodiada por una barbera; se levantaban temprano para despertar al sol, que aún se encontraba dormido cobijado por las agrestes montañas.
Cualquier día y sintiendo los cojones como campanas de iglesia, emprendió la travesía a lo desconocido. Dijo adiós a los padres y se fue a buscar fortuna en una tierra de llanos inmensos, mujeres voluptuosas, música de cadencia erótica. No tenía mula, ni el recorrido lo hizo a pie; llegó montado sobre ruedas. Entraba la noche y las luces no le eran familiares; el aire no descendía desde las montañas, venía empujado desde el mar con sabor salobre y caliente. Sí quería que el dinero le aguantara por algunos días, debería hacerlo rendir. ¿Pagar un hotel para pasar la noche? ¿Entonces qué comería en los nuevos amaneceres? Esperaba encontrar al tío que sería su salvación.

Arrieros y sus mulas

Vueltas y revueltas por el parque principal engalanado de elegantes palmeras; cruce de personas que buscaban el refugio del hogar después de laborar, pitos ensordecedores de vehículos atiborrados de pasajeros, mujeres con niños de brazos y una mujer mestiza paseaba sus exuberantes caderas con un ritmo sensual sólo visto en las descendientes de la raza afro; los senos saltaban en el pronunciado escote de un vestido florido. No encontró al pariente. Una banca del parque, fue la cama. Aturdido despertó. A pocos pasos de allí, vivía el hermano de su madre. Oyendo las chicharras, supo el valor del hogar paterno.
“No son mis espinas las que me defienden, dice la rosa, es mi perfume.” (Paul Claudel).

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