Bella foto
Un poco más arriba de
donde estaba y entre una arboleda estaba el nacimiento del agua, iba brotando
en pequeños borbollones, que al cruzar por el lugar, iba cristalino en forma de arroyo jugueteando con
las orillas cual niño inexperto y travieso. Con un soplo inesperado del viento,
desde el frondoso árbol al que se hallaba recostado, se deshojaron algunas
hojas secas y una cayó con suave aterrizaje en el centro del arroyuelo, que
quizás sin pretenderlo, inició en el instante, un largo y fatigoso viaje. Pensó
él y lo comparó con el éxodo de la vida.
Por el caminito que le
había servido para trepar la montaña, hecho por el trajín de pies descalzos y
cascos de bestias, empezó a desandar puesta la mirada en la hojuela que aunque
quisiera salirse, no encontraba el cómo. Cada centímetro descendido el cauce
iba tomando fuerza; la golpeaba contra las piedras de las orillas, las zarzas o
la introducía en oscuras cuevas en que vivían las arañas y de la misma forma la
sacaba para llevarla nuevamente al centro del arroyo. Jugaba con ella. Así lo
entendió y terminó por aceptarlo. Dejaba que la llevara plácidamente sobre el
caudal, evitando así, ir al fondo de donde jamás saldría. Él observaba el
espectáculo natural comparándolo con instantes de su vida; sudoroso brincaba
obstáculos para continuar la contemplación de un instante ingenuo, pero lleno
perspectivas, comparaciones y realidades. Pensaba que si alguien lo viera en
esas andanzas, no dudaría en llamarlo loco y… ¿qué? No habían sido catalogados
así, ¿los creadores de grandes inventos de la humanidad? Él no trataba de
descubrir absolutamente nada, estaba observando y comparando.
En cada paso del
descenso ambos crecían. Se desarrollaba su cansancio y la corriente en
quebrada, con la llegada de pequeños afluentes que salían de peñascos,
matorrales y arboledas que hacían ver la hoja tan minúscula que su visión, hacía
esfuerzos para captarla y no perderla de vista. Cuando menos pensó, estaban en
la desembocadura del río que cruzaba el poblado. Se dio cuenta que ya no la
vería más.
Mucho cuerpo, poca cabeza
Entendía que la
trayectoria era larga, para que aquella parte del árbol, que antes de caer
empujada por el viento y en el verdor de su vida, había servido para la
fotosíntesis adherida a la rama que le daba savia. Le echó una última hojeada,
cuando iba dando botes sobre la cresta de las olas. El mar, aún estaba muy
lejos. La vida comienza como un pequeño arroyo, nacido en la fresca floresta, a
medida que transcurre, se vuelve violento al llegar los afluentes de envidia,
odio, intriga, celos, ambición y miedos. El océano de la paz, se halla tan
lejos, que se vuelve quimera.
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