La primera llave de la casa en Copacabana 1949
Eso de estar cumpliendo
años, tiene sus bemoles. Cuando se está joven, se es, libre pensador. Se siguen
las ideas de Marx de Engels y tantos otros quienes aspiraban una sociedad sin
clases; se leía con avidez escritores que reprochaban el amor de la mujer, tal
es el caso de uno de los nuestros: Vargas Vila. En el despertar de esa época
difícil y contradictoria de la pubertad, se cometen todos los desafueros
eróticos; las leyes son un estorbo y hay que violentarla comenzando por las
normas del hogar. Se ve al policía como el principal enemigo y al maestro, como
la oprobiosa continuidad del “yugo” de los padres. Por instantes, se reprocha
el advenimiento a la vida. Pero como todo está hecho para cambiar o mudar de
aires, se traslada a la etapa en que se piensa antes de actuar, esa que nos
salva del embrollo en que estábamos metidos. La madurez.
Cuando ya antes de
acometer una acción, se analiza los resultados que pueda tener, es que hemos
llegado a la edad de la sensatez; no se llega allí, así como así. Es después de
cometer todos los errores cotidianos de la hipócrita humanidad y algunos
inventados, que creemos, nos harán célebres. Muchos pasan raspando, otros, se
quedan; unos logran pasar pero arrastrando con ellos partículas de los deslices
y los hay con buen juicio, que son los triunfadores en la nueva etapa al
tomarla con cordura, que al decir verdad, son tan pocos que se pierden entre la
nube de frustrados, egoístas y criminales. En este ciclo de la vida, en que aún
no se es viejo, pero también se está lejos de la juventud, es cuando florecen
actividades que sobresalen, por el temor de llegar al periodo inevitable de la
decrepitud, con las manos vacías, hecho, que hará de ese instante, más cruel y
solitario. Encontramos la pareja cifrando en ella, el cayado en que apoyar de
vicisitudes del transcurrir de los días y ser la matriz del principio de nuevas
vidas. El período sigue adelante…con esa velocidad de luz. Se vislumbra con
temor (inaceptable), que la vejez está tocando las puertas.
Se palpa la llegada,
cuando el recuerdo del pasado se ensancha, el presente se acorta y el futuro no
cuenta.
Pincher miniatura
La vejez es una etapa
hermosa de la vida. Durante el largo recorrido de la existencia muchos
amaneceres se han visto despuntar auroras detrás del horizonte, allá en el
límite visual; unos que calientan con la presencia del sol y aquellos grises y
nostálgicos. Aunque la parte vital disminuye, se fortalece el corazón para
darle cabida a la floración de la amistad, la reconciliación, perdón e
indiferencia. Se vislumbra en la lejanía del infinito, una luz radiante que
ilumina todo el ser, que al abrazarlo, se convierte en amor, alejándolo de lo
material a lo espiritual en que el sexo no hace parte de la plenitud de la
ternura. Al rincón longevo, entra como bálsamo la paz que reconcilia y mitiga
los excesos de algún ayer borrascoso.
No por mucho madrugar,
amanece más temprano.
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