Acomodo del dolor
Se principia en el
devenir de la vida embadurnado de ensueños, se vislumbran solo paisajes
armoniosos, amaneceres claros en que ni una nube corroe el azul del firmamento,
no se atalaya a la distancia el más mínimo nubarrón que presagie tempestad. Las
noches son serenas adormecidas de clara luna adornada de luceros, que saltones
llenos de coquetería, forman un refugio de amor y paz.
Los juegos alocados con
melena revuelta y sudorosa de niño, no permiten sopesar los vaivenes del
futuro; es allí, en ese instante, en que la placidez tiene acomodo, no importan
las travesuras del pasar de los días, jamás llegan a la mente los encuentros de
los hilos plateados de la vejez, mucho menos, las trampas que el destino tiene
preparadas escondidas entre matorrales disfrazadas de amistad o el vértigo de
“amores” trashumantes que bailan al son del sexo o, intereses recónditos de
ambiciones desmedidas. Las lágrimas aún son berrinches de muchacho grosero y
mimado que llora como artilugio para alcanzar la meta de sus caprichos.
La pubertad hace
aparición de repente, como salteador agazapado en la penumbra y cae sobre el
desconocimiento, la inmadurez y la inexperiencia igual que rayo candente
dejando regado el cristal de la inocencia, que echa trisas empieza el camino
entre sollozos al universo de la realidad. Mentiras, soledades, amarguras,
rencores…esa amalgama de sentimientos encontrados, es la puerta que se abre
para darle paso al entorno no imaginado de una existencia cruel e inhumana que
no ha de encontrar retroceso, es cuando aparece el anhelo del ayer dibujado en
el lienzo del recuerdo; la añoranza del pasado sobre piedras mohosas
adormecidas en el agua de cristalinos riachuelos, el olor a pasado desprendido
de los escaparates con el abrir crujiente de la puerta para dejar ver las
mantas que cubrían los cuerpos de los padres ¡La candidez a muerto! Es hora de
tomar las armas para enfrentar la realidad. Echarle mano a la personalidad
adquirida a través del tiempo, esa sabia energízante tomada desde la querencia,
del nutriente de la cultura.
Amor compartido
De la misma forma, de
los sobrantes de la sociedad, que deben inundar de valor para enfrentar las
penalidades, los desasosiegos e incredulidad que como cánceres roen a pedazos
el usufructo del derecho a ser feliz a plenitud. Las espinas no tienen cabida
cuando el que hacer lo sembramos de amor y creemos en nosotros. Es la mejor
manera de matar la debilidad.