Con Carlos Múnera
No hay nada más tedioso
y frustrante que llevar a cabo una actividad para la cual no se está preparado
y peor aún, no se ama. Muchas oportunidades, se llega a desempeñar labores, por
el instante que se vive. No siempre es boyante. La vida es como el ascensor; a
veces está arriba y en un segundo se desprende hasta el piso más bajo. Cuando
la oportunidad es crítica, se busca con el desespero del náufrago, la tabla de
salvación; es ahí, el momento, en que se cometen los errores que lamentamos
adquiriendo estatus de frustrante. Se desea que el nuevo día no comience.
Una labor cualquiera
que esta sea, se debe emprender con amor. Sí este hermoso sentimiento, se ante
pone a cualquier otra sensación, los logros serán mayores y las horas pasarán igual
que una exhalación de estrella fugaz. El cansancio es actitud mental ligada al
desamor por lo que se realiza alejado del gusto del alma, de la aceptación de
los deseos. Fracaso galopante que hiere y perturba la cavidad de los sentidos
acercándolos al límite de la locura, con su terrible estela de desastres
familiares, económicos y sociales. Se debe tener calma en la encrucijada para
no tomar caminos equivocados, que la desesperación nos muestra como única
salida, cuando en verdad, es el que conduce al abismo.
La felicidad se halla
en las cosas simples del trasegar de la vida. El corazón se inunda de contento,
con el abrazo de gratitud de alguien a quien te agachaste para dar; en el ir y
volver del vuelo de multicolores mariposas que pronto serán remplazadas; se
encuentra en las filarmónicas de bandadas de pájaros que cruzan el cielo azul;
está ahí, en el reventar de los capullos de las flores de colores exóticos, en
el rumor de agua cristalina que cruza por entre la hierba besando con sevicia
las riveras; se puede ver al alba por encima de las montañas con los primeros
rayos del sol; se siente en el llanto del niño que exhala el primer suspiro de
vida y toma su mayor expresión en los brazos tiernos de una madre, que entrega
todo su ser por el amor del hijo.
En el templo de San Ignacio.
Cada actitud
emprendida, tiene que estar rebosante con el sentimiento intenso del ser humano
que glorifica, cual es el amor. La acción más insignificante, toma el carácter
de sublime ante la conciencia y se vuelve altruista ante los ojos de una
sociedad enferma de valores, habida de encontrar émulos que tracen senderos amplios
y acogedores. El amor, tiende el tapete para que los pies no tropiecen con los
pedruscos del odio y la fraternidad encuentre albergue en lo más recóndito del
alma.
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