MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 18 de junio de 2014

SIN SERENATAS


Alegría del hogar

En la antañona Copacabana eran pocas las casas de dos pisos, éstas estaban situadas en el marco de la plaza; se veían ostentosas para aquellas calendas en que primaban los caserones de ventanas inmensas llamadas “arrodilladas”; portones macizos tallados de dos alas, amplios para que pudiera entrar la amistad; anchurosos patios empedrados en forma decorativa, en que se había enraizado mil floras de colores exóticos, encantadoras rosas que defendían su belleza con tunas hirientes, que danzaban al soplo del viento. Los corredores enladrillados eran tribunas de juegos alocados en que los niños desfogaban su fuerza vital, zigzagueando para no arrasar con los materos o el aguamanil, que adornaban el castillo de los ancestros, porque eso eran aquellas construcciones de bareque, en que la paz dormitaba, entre ensueños, honestidad y decoro. 
Aquellas casas acogedoras en que jugaban remolinos de viento con el sol abrasador, eran monumentos de la convivencia pacífica de hogares sostenidos por normas dirigidas al respeto, sin coartar la libertad de los integrantes, con énfasis en los valores morales. La armonía, era el pan cuotidiano. Por los solares entre la arboleda, se escuchaban trinos de aves migratorias, que hacían su parada para alimentarse de frutos o anidar en la espesura. Cantos variados, eran serenatas constantes en el verdor de las hojas, en las mañanas cálidas cuando en el fogón de piedras humeaba la chocolatera con aquel líquido espeso que se sorbería en unión familiar, para iniciar la jornada de un nuevo día. En esas mansiones de cobijo espiritual, iban creciendo las damitas con la pulcritud congénita de la estirpe, esperando entre tejidos y bordados de colchas, cubre lechos o manteles, aquel galán, que entre sueños había ido creando, para formar un hogar. En el descanso de madera de las amplias ventanas, acomodaba su figura retocada de discreto rubor y con el toque de una rosa coqueta entre las trenzas y aquel olor natural que exhalaba de su cuerpo, que la brisa extendía más allá.


Amanecer de junio

Cualquier noche iluminada por una luna esplendorosa y entre luceros saltones, los sonidos armoniosos de: tiple, guitarra, lira y unas voces bambuqueras; un intrépido galán llegaba hasta la ventana para obsequiarle una serenata como muestra de admiración a doncella, que por sus virtudes había entrado en su corazón.
Se derrumbaron los caserones, dejando olores ha pasado, a nobleza a música hecha poesía y las serenatas no encuentran acomodo en el vértigo de las alturas.

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