Panorámica de Copacabana 1949
Fueron tantas las
pilatunas ejercidas a través de los años de aquella juventud deliciosa, que el
recuerdo se queda corto. La memoria, se vuelve infiel y caprichosa haciendo con
su comportamiento, que la realidad sea confusa, quedan plasmados eso sí,
instantes que dejaron huella por su golpe extraordinario en el consiente y
subconsciente, que ni el paso del tiempo logra desaparecer. Sería simplemente
cansón, recordar uno por uno los momentos, de las travesuras ejercidas
impulsadas por una mente potenciada hasta lo máximo, por la voluntad creadora y
subyugante de niño explorador, que se apresta a iniciar el recorrido, por los
senderos incógnitos de la existencia. Cada mirada puesta al azar, sobre un
punto indeterminado, es hallar, en él, el regocijo de una aventura creadora al
igual que Don Quijote, ambos enloquecidos en los desvaríos en un triunfo
pírrico, pero, conquista al fin de los deseos anhelados con vehemencia hasta donde los
llevan los impulsos.
En el empolvado baúl de
los recuerdos, se halla un instante de susto y confusión. En una manga en la
parte alta de Copacabana y cerca de la quebrada Piedras Blancas, pastaba el
ganado de uno de los gamonales del pueblo a quien llamaban “táparo” y que a la
vez, servía de ordeño. Estaba uno de los dependientes, en el ajetreo de
succionar de la ubre el líquido blanquecino, pero no le tenía maniatada las
patas; la curiosidad (madre de errores), llevó al niño a acercarse para ver
¿cómo, por dónde y por qué? Salía la leche. El cuadrúpedo avistó al entremetido
que perturbaba la escena de las delicias y caricias de su ordeñador; una coz
con la rapidez y violencia de un rayo, dio en la mandíbula del pequeño. Por
aquello de que Dios ama los niños, el acontecimiento se fue en sorpresa, susto
y experiencia para saber: “pollo ‘peletas’, donde no te llamen, no te metas.” Con
la cara de palidez de muerto, temblor en las piernas, un pequeño mojado en el
pantalón arriba de las rodillas, descendió hasta la quebrada, el rumor del agua
lo serenó, tiró la ropa sobre las piedras y se lanzó a la profundidad del
charco. El frío del chapuzón, le amortiguaron los nervios de aquel instante,
que le quedó como un tatuaje adherido para siempre en el recuerdo.
Amanecer de junio
Travesuras
ejecutas a las sombras, para que los ojos de los progenitores, permanecieran
ciegos del castigo y reprensión que
merecía, por las fechorías a que lo impulsaban los borbotones de sangre
hirviente, que recorría las venas de quijote
pueblerino, que andaba solo los senderos en busca de conocimientos, sin
impórtale la amistad de un Sancho Panza, que fuera a contar las tropelías de la
ilusión y la escasa experiencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario