Bobo de la plaza de Florez
Había nadado en el
charco y sintió cansancio. Por entre enormes piedras pasaba el arroyo de la
quebrada que tenía su nacimiento, en la cúspide de la empinada cordillera que
salvaguardaba al apacible poblado. En una de esos peñascos descargó el peso del
cuerpo. No tenía la edad para discernir sobre los avatares y vicisitudes que el
porvenir tendría escondido a su reposada generación. Desde la pequeña atalaya
pétrea, veía pasar la corriente de aguas cristalinas, que jugueteaban con las
marañas aferradas a las orillas y seguía con la mirada las hojas secas caídas,
en la forma en que eran arrastradas, sin que tuvieran capacidad de lucha, para
cambiar de derrotero. ¿Será qué así, la humanidad estará al garete, sin
dirección o propósito?
De pronto, aquellas
hojuelas inertes eran absorbidas por el remolino, en el hueco de unas fauces
devorativas que se las tragaba con ansias, sin ser más percibidas por el
cristal de sus ojos absortos, entregados a la contemplación del destino en el
acontecer de la sabia naturaleza. Todo nacía, crecía y moría. ¿Cuál podría ser
el rumbo de su primaria existencia, en el remolino infausto del trasegar,
cuando se cambiara el entorno? Mirando a la distancia las vueltas que la
corriente hacía en su recorrido, pretendía ir más allá, tratando de descifrar
el porvenir, pero se topetaba con un muro infranqueable que le negaba el paso a
los pensamientos. Repetía la acción. La respuesta era la misma. Oscuridad. El
cielo se estaba tornando oscuro al igual que sus reflexiones, que le daban a
entender que la actitud era absurda; visualizar el futuro era imposible para él,
que aún jugaba con carritos de madera.
Historia que se va.
El chaparrón no se hizo
esperar. Se refugió entre los árboles; al frente el caudal subía y se goleaban
los pedruscos ¿Podía ser así el mañana? ¿La vanidad crecería abatiendo a su
paso los sentimientos de nobleza en su engreimiento y soberbia? ¿Los juegos
sencillos de los niños desaparecerían? ¿La naturalidad de las mujeres con olor
a jazmín, sería cosa del pasado? Muchas preguntas, que se iban quedando sin
respuesta. Temía que el canje fuera absoluto y que cuando llegara ese trance,
estaría viejo incomprendido y obsoleto. Las gotas de lluvia, se confundieron
con lágrimas. El arroyo encrespado cruzó impávido ante la presencia del niño,
siguiendo el curso hasta el caudaloso río que lo esperaba para absorberlo.
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