Banda del Instituto San Luis Copacabana
El mes de agosto era
esperado con ansiedad por la chiquillería y, hasta por los mayores, por aquello
de los vientos, de igual manera, por la celebración de las fiestas patronales.
El Sitios de la Tasajera (nombre antiguo que llevó Copacabana), la culpable de
que éstos recuerdos subsistan. Las corrientes fuertes del aire, se prestaban
para que las cometas, se treparan como bellos ángeles de papel, sobre el azul
celeste del cielo, seguidas desde abajo, por las miradas sonrientes de triunfo
del niño, que en sus manos asía con fortaleza el cordel, ligazón entre él y el
espacio, invitándolo a volar sin alas empleando el artificio de la imaginación.
El 13 de agosto, día
anterior de la adoración del pueblo a su bella patrona, la Virgen de la
Asunción; el templo era removido por chucho (Jesús Arango), buscando la forma
de embellecer la angelical matrona celestial: flores que habían sido cultivadas
con amor en la agreste montaña, por manos callosas de campesinos devotos, se
amontonaban perseguidas aún por las abejas. Las hijas de María, entraban y
salían con la pulcritud de almas limpias en apoyo de la parafernalia del
instante; las damas distinguidas, le daban vida al anda que llevaría a pasear a
la patrona, por las estrechas calles, en que una multitud fervorosa le
cantaría, al ritmo de las camándulas, amortiguadas por las cachirulas, mantones
y pañuelos. En el templo, chucho, dejaba caer desde lo alto, largos ropones con
ese azul incólume del manto virginal, que engalanaría el santuario, en que
permanecía todo un año para ser venerada. El recogimiento, brotaba por los
poros y la sangre hervía en religiosidad en un pueblo de mansedumbre histórica.
Parque principal de Copacabana 1954
El atardecer diáfano y
refrescado por la brisa, se iba aglutinando de parroquianos bajados de las
veredas, las cantinas eran un hervidero, los niños correteaban por entre las
bancas; la banda de músicos iniciaban la retreta con aires autóctonos, mientras
los polvoreros se aprestaban a dar rienda suelta a la pirotécnica. Las
jovencitas quinceañeras salían a mostrar que se habían subido los tacones y sus
piernas estaban acariciadas por las medias veladas; síntoma, de que podían
‘arrimar’ novio a la casa. Cohetes multicolores y estruendosos surcaban los
aires iluminando los rostros de manera fugaz, hasta que hacía aparición “la
vaca loca”: recámaras, voladores y tacos, salían sin control; por el piso,
quedaban tirados: pañolones de viejecillas rezanderas, sombreros y hasta
ruanas. Los zapatos nuevos de las jovencitas, de diferentes tamaños, eran una
serie de artículos inservibles y de la prenda delicada que cubría las piernas
torneadas, eran jirones recubiertos de lágrimas.
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