Naturaleza en rojo
Muy a pesar de tanto
caminar por el sendero de la vida e ir dejando atrás, instantes maravillosos,
envueltos en gaseosas sedas perfumadas en cuerpos de mujer; en la fragancia del
aire, que bajaba desde la agreste montaña, empapado de flores silvestres,
terneros recién nacidos, orígenes de aguas cantarinas, musgo aferrado a las
entrañas de la heredad, no se puede olvidar o embadurnar el pasado de
ingratitud y menos, olvidarlo. Camina ligado igual que la sombra a nuestro lado
y crece con el contacto del tiempo. Es otro yo desandado con los enormes pies
del pensamiento, que encuentra refugio en el canapé del instante, avivando con
ternura el recuerdo…
Descorriendo el velo de
los años con la suavidad de un pétalo en manos de una mujer, aparece el cuadro
del disfrute de la niñez. En una pequeña prominencia enfrente del hogar, estaba
una señorial propiedad que alguien adinerado habría construido como finca de
recreo, en los albores de la histórica Copacabana. Frente enchambranado, habitaciones
inmensas que daban al patio principal formando un perfecto cuadrado, con corredores
amplios enladrillados; en la parte de atrás estaba el solar engalanado por una
alberca enchapada con azulejos de hermosos colores, traídos seguramente desde
el exterior; en éste refugio sombreado por árboles frutales, cuerpos
encontrarían solaz.
Quemado por el sol
Sus paredes gruesas,
construidas con argamasa de tierra pisada por obreros honestos, fueron el
bunker en que vivió la hidalguía por mucho tiempo, hasta que un día, partió. La
casa quedó a la deriva pasando por varios inquilinos hasta por buscadores de
‘tesoros’ o ‘entierros’; la fueron devastando en la creencia de que los
antiguos propietarios, habrían enterrado morrocotas de oro, pues intuían que
gozaron de inmensa fortuna. El resto de la demolición, la ejecutamos la
chiquillería que la tomamos por salto con nuestros juegos de coclí, imitación
de películas de vaqueros, escondidijos y ‘guerras’ entre bandos para saber
cuáles eran los más valientes. La casa del banco (no sé supo por qué del
nombre), se murió poco a poco y con ella la historia, para solo quedarse en la
evocación de un viejo que aún la recuerda con admiración.