Mi jardín
No hay poder humano que
pueda detener el pensamiento. Se atraviesa el recuerdo inmisericordemente, sin
importarle la afectación que causa con sus llegadas inoportunas y a las horas
menos adecuadas. Se vuelve un flagelo para quienes, el transcurrir del tiempo,
hace alejarse de la realidad, de esa, que aunque se vive no se comparte. Llega
igual que un haz de rayos luminosos, que se propagan en el sentimiento creando
imágenes algunas nítidas y otras, opacadas por el transitar del espacio que
existe entre la rotación de las épocas. En un abrir y cerrar de los ojos, se
encuentra divagando por los senderos del ayer; se escucha claramente el
torrente de aguas al pasar por entre matojos y se observa el aletear de la
mariposa al posarse sobre la roca verdosa por el lapso de antigüedad; el trino
de ave policromo, se enclava por los oídos, tocando dulcemente el alma con los
acordes de sinfonía celestial. Se escucha el ladrido de los perros, traídos por
el viento desde la cima de la montaña, cuando van tras la presa o en la noble
labor, de vigilar la paz de los amos.
La añoranza, revive esa
infancia en la que a Copacabana, llegaban con altavoces carros publicitarios de
dentífricos, jabones y artilugios de la efímera belleza. Los niños corríamos
igual que gacelas detrás de ellos. Allí venía el cine al aire libre ¡Dicha
inmaculada!
Naturaleza viva 3
Llegaba la hora en que,
desde la montaña, bajaba la sombra de la noche. Proyector mirando con su ojo de
cristal hacia la pared de la Casa Consistorial que se prestaba cómo telón.
Gritos, aplausos y de pronto, un silencio sepulcral; había iniciado la
película. Tarzán y Chita agarrados de bejucos, viajaban con rapidez por entre
la selva, para evitar que intrusos malvados asentaran los pies en la
tranquilidad de la espesura. La alegría de la chiquillería se convertía en
nostalgia cuando salía el malévolo letrero: fin…
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