Aguardando la cabalgadura
Esto de hacer
recuerdos, tiene sus ventajas. Entretiene las horas, disipando la soledad, en
que a veces nos hace la visita; nos hace entender que aún existe un hálito de
vida, que nos sostiene, impulsándonos a continuar la marcha, encarando con
dignidad los recovecos hallados por el sendero todavía sin recorrer; es, la
forma de viajar exentos de visa por los intríngulis del espacio, hasta los más
remotos lugares, en que nuestras pisadas dejaron huellas, sobre el terreno del
alma. Formamos con trocitos de evocaciones imágenes del ayer hasta constituir
la película de lo vivido; ya así, cómodamente, nos disponemos a ver pasar
aquellas estampas del pretérito, gozado exuberantemente bajo la titilante paz
de la sencillez, brotada a raudales del manantial de fortalecida unidad
familiar. No puede faltar durante la proyección, el escape involuntario de
lágrimas amargas que opacan el recorrido, por la dureza del recuerdo; lágrimas
que claudican ante la magnitud de la cosecha de felicidad recogidas en la siega,
después de la siembra de pulcra semilla dejada por la honestidad ancestral.
Aquel castillo paisa, construido desde sus
cepas, bajo la mirada anhelante del patriarca, llegó una mañana cómo regalo de
una vecina, una gallina que resultó excelente
ponedora de huevos. Por mucho tiempo, todos los días cacareaba alegre
después de depositar la blancura de su esfuerzo y se pavoneaba orgullosa.
Zona de tintiada
El plumaje era café
oscuro, motivo para se le apodara ‘tabaca’. Se convirtió en un miembro más de
la familia. Se recorría la casa con un caminar lento y expectante. Por las
tardes salía a acompañar al ama del hogar a un lote vacío en que ambas se
relajaban una, mirando al horizonte tronchado por las agrestes montañas y la
otra, buscando lombrices y saltamontes que brincaban sobre el pasto. Quizás
agradecida, por el amor brindado, un buen día el canto era una algarabía de
padre y señor mío, al revisarle el nido, el hallazgo nos dejó perplejos, era un
huevo descomunal que al reventarlo y depositarlo en la paila, resultó de dos
yemas y quedó acostumbrada a tan doloroso esfuerzo.