Guardando la tradición
Vivir con sencillez, es
una manera de no agobiarse con una lucha enfermiza de poseer hasta quedar
hartado, camino expedito para llegar a la angustia, sufrimiento y al hastío.
Cuando la existencia se satura, se pierde el deseo de lucha, lo bello no se percibe
ni se degusta, el desánimo copa los espacios de los sentidos, hasta convertir
el ser, en un ente enfermizo predispuesto a la degradación y en último caso al
suicidio. Cuando cada amanecer, trae la necesidad de adquirir un objetivo, el
organismo se predispone para la lucha con el poder de la mente, logrando
alcanzar lo propuesto; esos pequeños triunfos revitalizan marcando la felicidad
en el rostro, tan esquiva en aquellos, que creen tenerla, en los efluvios
engañosos de la tecnología. Nada más agradable que alcanzar los ideales, con la
lucha honesta.
De ese ayer perdido
entre la bruma del tiempo, se rescatan figuras y hechos que forjaron
estructuras firmes en la mente de los infantes; las unas con ejemplos de
rectitud y los otros, por las hondas sorpresas, que marcaron el derrotero de un
mañana incognito. Los modelos que fraguaron la construcción de los anhelos,
fueron en primera instancia, unos padres con la amalgama de firmeza y dulzura,
presto a cada instante en forjar personas de bien; cuando se daba el salto a la
escuela, se caía en manos de los maestros.
Era mejor nuestra época
Éstos, eran el
continuismo con una dosis infinita de apostolado, nobleza y decoro, con el afán
único de forjar. El mayor emolumento perseguido, estaba en ver convertidos en
personas de bien a los alumnos. El 90% de la generación, salía predispuesta a
enfrentarse contra las vicisitudes, con las armas de la honestidad; había
quedado esculpido en el alma, el tatuaje multicolor de las responsabilidades,
antepuesto a los volátiles espejismos creados en una mente vacía, instaurada
por la superficialidad.