Cuando se disfrutaba
Se venía de la
temporada invernal del mes de las ánimas, denominado así a noviembre. Por las
majestuosas cordilleras que salvaguardan a Copacabana, se empezaba a iluminar
con amaneceres diáfanos las callejuelas, los tejados encubridores de historia,
la blancura del templo; las aguas cristalinas de la quebrada, daban visos al
igual que un calidoscópico, girado por la naturaleza. La brisa que despertaba
las alboradas, venía con rumores y la frescura de otros lares, paseándose sensualmente
cual bailarina voluptuosa, por entre la arboleda y la palmera que engalanaban
el parque y hacían danzar con su soplo, los chorros de agua brotados de la
fontana. Por los solares se escapaban los villancicos perfumados de humo,
salidos de las cocinas en el atarear de las pulcras manos de las madres
bonachonas y amorosas.
La tierra se cubría en
verde de todos los matices y reventaban de los capullos flores policromas, que
llenaban de aroma los senderos, abasteciendo de néctar a las abejas y alegraban
el revoletear de los pájaros que entonaba alegres trinos; el ojo del hombre se
extasiaba y el oído se embriagaba con los acordes. Había aparecido la majestad
de la alegría. Diciembre.
La calma, sello del
poblado, se iba convirtiendo en la algarabía con el juguetear de los párvulos.
Mi hermosa madre y Horacio
Por los caminos
polvorientos que unían las veredas, se movían las romerías con viandas en son
de paseo, tras la búsqueda de
ingredientes de la naturaleza, que hiciera hermoso el pesebre hogareño; se
aprovechaba el instante en la recolección de leña, que ardería debajo de la
paila de cobre, mientras en el fondo de ésta, en borbollones, la natilla tomaba
forma, tras el girar del mecedor agitado por brazos anhelantes. En el fondo de
la cocina, manos artísticas redondeaban la maza para los buñuelos, que danzaban
dentro de la manteca hirviendo. La unidad familiar se rubricaba con la
ingestión de estos manjares y con la novena al Niño Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario