MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

SE HA LLEGADO A LA VEJEZ


Antigua casa de Copacabana tirada al suelo
Alegremente se inició el enigmático viaje por la geografía de la vida; se pensó en primera instancia, que no era indispensable, cargar la maleta con ingredientes inútiles, pues se convertirían en estorbo y sobre peso durante la jornada. No se estaba seguro, sí tuviera retorno al punto de partida. Echando mano a las experiencias ajenas, a, aquellas que los padres, narraban en las charlas hogareñas, bautizadas como consejos, se inició la trashumancia hacía lo desconocido; lo abordó por aulas de escuela y colegio, no encontrando acomodo y sí temor ante la frase: “La letra con sangre entra”, alejose antes de que la regla, quedase marcada en los glúteos y un halo de frustración se acomodara rampantemente, durante el resto de la expedición. Siguiendo la jornada, un día apareció entre los vaivenes avasalladores de dudas, espirales sexuales cubiertos de cabellos suavemente perfumados, rechazos, perturbadores delimitadores del sueño y constantes vacíos. La confusión deslindaba los espacios de aquella etapa a la que la jornada lo había conducido, estaba anclado en la vorágine de la pubertad; deseaba adormecer los conflictos internos, con el tintinear de las copas que deslizaban embriagante brebaje, que por instante, apagaba las angustias.
La pesadez de errores, desafueros y excesos, fueron cediendo ante el paso imperioso del tiempo.


Arriero de Copacabana
Algo cansado, se fue internando por un lugar en que el blanco, era el color sobresaliente. Níveo eran los pensamientos y tan claros los recuerdos, que podía ver con exactitud lo acaecido en la etapa de la partida, tanto, que escuchaba el aire elevando la cometa; sentía el olor característico acogedor del hogar. Sentado sobre una piedra, empezó a ir borrando de su segundo viaje (aquel de los excesos), los derroches, ambiciones, la sexualidad quimérica, el afán de sobresalir; emprendió a tomar de todo el recorrido las experiencias, cual doncellas caprichosas, abanicaban la conciencia. En la lasitud del instante, se apoltronó a esperar el fallecimiento de la última neurona.   


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