Luces de diciembre
Corría el meridiano del
siglo pasado, el acontecer exhalaba otro ambiente. Los hogares, seguían los
ritmos de una batuta que ejecutaba los movimientos, con el saber del corazón y
la responsabilidad. Existían escuelas y colegios en que se enseñaba primero la
honradez, que a contar el dinero, el respeto antes del poder. Las aves trinaban
sin asfixia, el verde de los campos era el color natural, la nieve era
perpetua, el agua corría a raudales; los niños jugaban ingenuamente por la cornisa
de la imaginación. Las reuniones familiares, eran un festín de aprendizaje en
donde los lazos de amistad, se ligaban hasta el pretérito. Para aquel entonces,
las fincas enchambranadas eran sagrario de la heredad, reposo del carriel,
ruana, machete y dados que rodaban lanzados por las manos callosas del
campesino labrador de sueños e ilusiones, hoy, convertidas en lupanares de
orgías promiscuas irrespetuosas del abolengo.
Alegría de diciembre
Por las calles se
caminaba con la cabeza en alto, llevando siempre una sonrisa al encuentro del
trabajo honesto, sin negar un saludo a quien en la travesía se atravesaba.
Simple gesto de urbanidad. Los asilos, eran lugares casi ociosos, pues las
familias adoraban a sus ancianos ellos, representaban la hidalguía acumulada en
el venerable patriarca, de caminar lento atiborrado de historia, que al
narrarlas quedaban marcadas en el alma.
La niñez, correteaba
alegremente fuera de temores, sin encontrar al paso libidinoso hambriento que
mancillara la castidad de los sueños y borrara por siempre, la expresión de
alegría en la faz angelical. Era satisfactorio, llegar al hogar perenne en que
irradiaba el amor encasillado sobre el ejemplo y ser recibido en los instantes
de angustia, por unos brazos de comprensión, prestos irrestrictamente a brindar
ayuda. Hermosa y despampanante la lozanía de la mujer, maquillada por el poder
de la naturaleza e irreprochable el donaire con que matizaba la pulcritud de su
dignidad.
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