De vez en cuando un
tiempo sabático no hace daño, pero a veces lo hace posible, ver o creer, que
nuestro desahogo vi vivencial, queda al desamparo y son líneas esparcidas en
terreno agreste, en donde la semilla no brota y se pierde lanzada por el
viento. Uno busca entre los rincones de la modernidad, una forma de revivir así
sea en pequeño grado, un eslabón que una el ayer con el presente, queriendo
mostrar a las generaciones actuales, la época en que lo sencillo, hizo posible
vivir con mayor armonía, sin las amarguras del consumismo, en que la risa
brotaba sin miedo.
Enseñando a vivir
Se capta, que las
buenas intenciones no bastan, pero sé es, un cabeza dura y nada puede sacar de
la mente la irracional determinación de continuar la locura de mostrar los
encantos del ciclo, en que el mayor valor era la honorabilidad y el respeto por
la tradición de los ancestros; la continuación del comportamiento del abolengo
se hacía sin presiones, iba llegando por el corriente sanguíneo de forma
paulatina, engrosando el caudal del procedimiento, cual afluente que ha
recorrido por valles sagrados de probidad sobre el tálamo muelle de la
inocencia de mujeres castas y fieles, entregadas por la pasión del deber
cumplido, al sagrado mandato de ser procreadoras y constructoras de familia,
anudadas por el lazo irrompible del amor.
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