Un cielo raro
Es algo tan ligado al
ser humano, que a veces pasa inadvertido para el arrumen de los mortales. Se
trata la ambición. Ese apetito maligno de poseer más, de no estar conforme con
lo que se tiene y codiciar, envidiar, sin encontrar una meta para parar y
descansar. En aquel pueblo por siempre amado de Copacabana, tuvieron existencia
dos prósperos comerciantes, que cuando se encontraban, parecían 2 gatos en la
cocina cuando se empieza a cortar la carne; ñarreaban de forma tan lastimera,
lamentándose de la pobreza, que provocaban hacerles una colecta para sacarlos
de las “penurias”. Las críticas de las gentes sobrepasaban los límites y cierta
desazón se encubaba en los corazones, reprochando la actitud ingrata de quienes
estaban abrazados por la prosperidad.
Era la constante en los
esporádicos encuentros, pues no les quedaba tiempo para salir y disfrutar de
las bellezas de entorno, del encuentro de un buen amigo para hacer
reminiscencias, sólo, era el trabajo, el que les ocupaba el tiempo y quizás, el
conteo de dinero les hacía la vida placentera, aunque el vulgo, comentaba que
uno de ellos, no llevaba las ganancias al banco, que atesoraba sus ganancias en
el colchón de la cama en que dormía; sea como fuera, un día, las llamas
empezaron a devorar la tela, la paja con que rellenaban a aquel refugio del
cansancio y con ellas el dinero. Nuestro hombre no soportó y al poco tiempo
murió.
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