Encuentro inesperado
Se comenzaba a mirar
con admiración el sexo contrario, aunque aún, se estaba escuelero. En las idas
a misa en comunidad, se lanzaban miradas a las niñas que estaban en la otra
nave del templo. Cualquier día de esos domingos, se encontraron las miradas
infantiles e ingenuas; ella, hermosa con trenzas rematadas con moños,
encubiertos por la pañoleta signo de respeto y aquel niño pretendiente con el
gorro ladeado, de forma coqueta, con la que pretendía llamar la atención a la
Dulcinea infantil. Decían que se querían
con la mirada, la niña se sonrojaba, mientras él, creíase todo un galán,
esperando no ser detectado por el maestro encargado de la disciplina. El
galanteo dominical dentro del templo, un buen día perdió el temor y se citaron
en la parte de atrás de la histórica capilla.
Otra niña era la
emisaria, que acordó el encuentro después de terminar las clases de la tarde.
Salió él, con la maleta recostada a las espaldas, las piernas inestables, un
rumor se escuchaba dentro del pecho, tendría que caminar varias cuadras, el sol
era más brillante que un día normal; la brisa le agitaba el cabello, sudaba
frío y hablando consigo mismo, se preguntaba: ¿Cómo será eso de un cita
amorosa? ¿Qué digo, que le guste y que no que la pueda ofender? El papá decía,
“la primera impresión es la que queda por siempre”. Se reprochaba por haberse
metido en ese cuento de mayores.
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