Hace 50 años
Aunque se haya
recorrido mucho en el tiempo, no es sencillo depositar en el olvido,
acontecimientos que no por sencillos, marcaron indeleblemente nuestra vida, por
eso, no es extraño que cuando menos se piensa se nos vengan encima de la misma
forma que lo hace un derrumbe, que se viene silenciosamente desde la montaña
cubriendo todo a su paso. Se estaba pequeño viviendo en el marco de la plaza en
donde pastoreaban animales, las palomas volaban hasta la torre de la iglesia
que les servía de atalaya para mirar el sosiego del villorrio, pero al primer
repique de campanas para el rosario espantadas surcaban el cielo azul, algunas
regresando al lar y otras a los árboles frondosos que daban belleza, aire y
salud.
El rosario y la salve
en el templo de Nuestra Señora de la Asunción, estaba dispuesto para la 6 de la
tarde, el sacristán un viejo gordo que arrastraba ambas piernas hacía sonar las
campanas para llamar la asistencia de los habitantes. El antiguo templo se iba
llenando; venían de los campos cercanos, gentes humildes, los bobos del pueblo,
la aristocracia con mantillas negras las mujeres que a la vez traían
reclinatorios y los varones con elegancia. Se confundía los olores de pachulí
con los de la tierra, la devoción con la farsa. Lo que no se puede alejar de la
mente, era el recorrido por las naves del templo del Señor Sacramentado en
manos del padre Julián Sanín, acompañado por cuatro caballeros de la alta
sociedad, pero lo más impresionante, eran aquellas bellas niñas vestidas de
ángeles, que tiraba flores al paso de la procesión, convencidas tal vez, que
pronto volarían hasta el cielo.