La belleza se deja ver
El temor a los reglazos
en la escuela, hizo que fueran muchas las “mamadas” (la no asistencia);
mientras los otros niños se encontraban en clase, él, se recorría la población,
esperando que fuera hora para regresar a casa. En esas escapadas, practicaba
natación en la quebrada Piedras Blancas, durmiéndose muchas veces sobra las
rocas que cambiaban el cauce, para que la corriente de aguas limpias, entrasen
a engrosar el charco, disfrute de las gentes de antaño, hoy, las urbanizaciones
le robaron su espacio y sólo un murmullo se escucha cuando cruza la población,
que dejó de serlo, para copiar a las grandes urbes.
Una tarde de esas en
que rechazaba ir a la escuela, trepó con la maleta llena de cuadernos, lápiz,
tinta china, por la calle que conduce al barrio El Chispero; llegando a la cima
y antes de empezar la bajada que lo comunica con la quebrada, estaba un pequeña
llanura, utilizada por uno de los gamonales del pueblo cómo ordeñadero, en el
momento en que llegó, se estaba exprimiendo de las ubres el precioso líquido.
La curiosidad de niño, hizo que se sentara a ver por la parte de atrás,
mientras la vaca semidormida rumiaba; él, no se dio cuanta, que el animal no
estaba maniatado requisito en aquel menester, al parecer, ella, tenía plena
confianza del hombre que le extraía el albo brebaje, que sería alimento
trascendental en los hogares. Cuando menos pensó, sintió que el mundo daba
vueltas, estrellado como noche de enamorados, escuchó una voz lejana que le
decía: “vallase para la casa que no le pasó nada, eso le sucede por engañar a
los padres y no ir a la escuela; ¿vos sos hijo de quién? No hubo respuesta y
corrió, corrió y corrió…
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