Despuntando el día
VAPOR
Pareciera que hubiera
sido destinado para la vaquería. Tenía su hogar a una cuadra bajando del puente
de IMUSA y a otra cuadra antes de llegar a la desembocadura de la quebrada
Piedras Blancas. Era un perro de gran alzada, contextura maciza, pelaje de un
color rojizo, criado a sus anchas, el amo de apellido Mesa, carnicero de
oficio, lo mantenía bien alimentado con desperdicios que quedaban del
descuartizamiento de la res. Hay cosas que no dejan de ser extrañas en el comportamiento
de los seres vivos. El amo de Vapor, se paseaba por las afueras de Copacabana,
en busca de requiebros amorosos, en principio a pie limpio, cambiando por
cubrirlos por sandalias de un cuero duro, quizás, con el deseo de aparentar
ante la ingenua nueva Dulcinea. De tantas escapadas, se decía, que habían
quedado varios retoños; de la misma manera de actuar, salió el can. Se le
encontraba por todas partes en busca de hermosas hembras en celo y fueron
muchas las camadas que quedaron cuidando casas ajenas.
Los miércoles, salían
los carniceros hasta la feria de ganados de Medellín, a comprar el mejor
novillo, para sacar con orgullo sus carnes en los toldos blancos, los domingos
en un costado de la plaza principal. Hasta ahí, todo anda muy bien, pero en el
recorrido desde la capital hasta el Sitio y lo curioso, era que en las puertas
del poblado, los animales empezaba una estampida, desparramándose por calles,
veredas y matorrales; era aquello, la alegría de los chicos que salían de las
escuelas, temor de las solteronas que no se perdían repique de campana y
tristeza de las amas de casa, porque sabían que aquella semana era probable la
descomposición de la carne. El suceso, se prestaba para que de los vagos,
salieran imitadores de toreros, usando como capote la camisa sudada. Era el
momento en que entraba Vapor y con un don innato, iba recogiendo a cada res
dispersada; era todo un espectáculo ver al sabueso buscar por cuanto rincón de
la comarca, una a una las rumiantes.
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