GRAFITI
Corría el meridiano del siglo pasado, el
acontecer exhalaba otro ambiente. Los hogares, seguían los ritmos de una batuta
que ejecutaba los movimientos, con el saber del corazón y la responsabilidad.
Existían escuelas y colegios en que se enseñaba primero la honradez, que a
contar el dinero, el respeto antes del poder. Las aves trinaban sin asfixia, el
verde de los campos era el color natural, la nieve era perpetua, el agua corría
a raudales; los niños jugaban ingenuamente por la cornisa de la imaginación. Las
reuniones familiares, eran un festín de aprendizaje en donde los lazos de
amistad, se ligaban hasta el pretérito. Para aquel entonces, las fincas
enchambranadas eran sagrario de la heredad, reposo del carriel, ruana, machete
y dados que rodaban lanzados por las manos callosas del campesino labrador de
sueños e ilusiones, hoy, convertidas en lupanares de orgías promiscuas
irrespetuosas del abolengo.
Por las calles se caminaba con la cabeza en
alto, llevando siempre una sonrisa al encuentro del trabajo honesto, sin negar
un saludo a quien en la travesía se cruzaba. Simple gesto de urbanidad. Los
asilos, eran lugares casi ociosos, pues las familias adoraban a sus ancianos
ellos, representaban la hidalguía acumulada en el venerable patriarca, de
caminar lento atiborrado de historia, que al narrarlas quedaban marcadas en el
alma.
La niñez, correteaba alegremente fuera de
temores, sin encontrar al paso libidinoso hambriento que mancillara la castidad
de los sueños y borrara por siempre, la expresión de alegría en la faz
angelical. Era satisfactorio, llegar al hogar perenne en que irradiaba el amor
encasillado sobre el ejemplo y ser recibido en los instantes de angustia, por
unos brazos de comprensión, prestos irrestrictamente a brindar ayuda. Hermosa y
despampanante la lozanía de la mujer, maquillada por el poder de la naturaleza
e irreprochable el donaire con que matizaba la pulcritud de su dignidad.
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