BELLEZA ESCONDIDA
Caminando desprevenidamente con rumbo
al minimercado, tal vez, pensando si el dinero alcanzaría; saz, se escuchó el
chirrido de llantas al frenar. El chofer energúmeno gritó: “éste, no es tú
madre, viejo Matusalén”. Iba tan rápido el conductor, que no alcanzó a ver,
cuando él, enderezó el dedo del corazón y dobló por las segundas falanges, el
índice y el anular alzando el brazo hasta donde pudo. Siguió mirando los
edificios antiguos, que estaban esperando a ser derrumbados; mientras seguía
mascullando algunas palabras terminadas en uta.
Miró la renovación de la escuela
pública. Las ventas de chucherías para los niños. El vendedor de mango viche;
al señor que ofrecía llamadas en
celular. Esquivó a alguien que traía una enorme caja sobre los hombros;
escuchaba la retahíla de los que arrastraban la carreta ofreciendo los
aguacates. Los ojos se alargaron a la distancia, para mirar a los vendedores de
antigüedades (modernas); tierra de capote, materos, en las afueras de la Plaza
de Flórez.
Había hecho tantas veces el recorrido,
que podía serrar los ojos sin tropezar. Conocía el rugir de los motores que
cargaban los mercados; era tanto, que el cambio de rojo a verde del semáforo,
lo poseía en su memoria; por eso, no le importaba las advertencias de la
esposa, entre ellas, que sí se había subido el cierre de la bragueta. Algo
distinto llamó la atención. En sentido contrario al suyo, venía una bella mujer
y en sus brazos cansados, bien acomodado el amor de su vida. Esa vida, que no
se marcaba en años, sino en experiencia; de fatigas, sueños y soledades.
Todos esos espacios vacíos, los había llenado desde tiempos pasados, el
‘buenavida’ de ‘Chiqui’, la mascota elegida para que jugueteara por las
alcobas, camas, corredores y avisara cuando alguien desconocido tocara la
puerta. Desde la llegada del animalito, todo había cambiado. Sabía que debía
levantarse temprano, para sacarlo a dar su paseo matinal hacer sus necesidades, a la vez, que ambos,
perdían el estrés de la cotidianidad.
No escapa a los ojos de la dama, una
lágrima furtiva, al pensar, en que todo tiene su fin.
Alberto.