DETRÁS DEL CRISTAL
El ‘cucarrón’ cansado de revoletear
por las alturas, empujado algunas veces por la fuerza de viento u otras,
llevado en artísticas marionetas de la brisa suave, cae estrepitosamente contra
el suelo.
En el ayer pasó por encima de
presuntuosos edificios haciendo mover con fuerza el par de alas; vio desde la
inmensidad del firmamento los espacios de pobreza, las grandes discotecas donde
el ‘amor’ se vende; miró a los recolectores de basura que otros arrojan y que
son sustento de la familia; escuchaba el ruido de las motor en precipitada
huida, gritos de angustia e hilillos de sangre que aun corría por el pavimento
con su rojo apagado y mal oliente; llegaban en sus vuelos hasta las antenas,
las promesas no cumplidas, el grito del parto de las madres bebes y la primera mirada del hijo sin futuro.
Bajaba casi hasta tocar el suelo y percibía los suspiros jadeantes en los
moteles y el sonido de copas que celebraban el final de una doncella menos y
podía escuchar, el conteo de billetes, con los que una familia se podría
alimentar o pagar los estudios.
Viajaba buscando otros horizontes por
las cordilleras y oteaba las hermosas fincas en donde en otros tiempos, vivían
en mancomunidad los ancestros, el trabajo honrado, la fidelidad, humildad y la
palabra notarial, pero ahora, no veía nada de aquello. Donde estaba el cafetal,
encontró la piscina; en la cocina de otrora, caliente y acogedora que le daba
vida a la chimenea, estaba instalado el bar y en las piezas decoradas con el
daguerrotipo familiar e iluminadas por el crucifijo al amparo de la Virgen del
Carmen, se convirtieron en mullidas camas donde el sexo llega al paroxismo.
Regresó cómo pudo, sacando fuerzas
donde ya poco había, lleno de desilusión, dejó que sus alas se detuvieran. Cayó
y la poca vida que le quedaba, se la apagó el zapato de un transeúnte.
Alberto.
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