COPACABANA HOY
De los grandes inventos de la
humanidad, fue la rueda. Los primitivos (yo no los vi), le dieron con paciencia
a la roca, hasta volverla esférica. Pero el cuento no es ese.
Lo que sí todos sabemos es que en los
hogares de hace años no podía faltar la ‘piedra de moler’ en todas las cocinas
en las manos de las amas de casa. Cuando el Adán y la Eva, se enfrentaban al
cura y ambos decían: sí, padre; quedaban amarrados para siempre con el
compromiso de no ‘poner en el monte’, esto es, no jugársela a la pareja. Lo
primero que hacía el varón era ir al río o quebrada más cercana, a buscar una
piedra que tuviera la forma y textura que eran indispensables.
Un acertijo se escuchaba por los
caminos, trochas, en juegos infantiles y reuniones familiares: “María larga y
tendida y su hija bailando encima”. Respuesta inmediata, ¡piedra de moler! Eso
hace recordar, cuando la madre que ya había picado, tomates, cebolla ‘junca’,
ajo, cilantro, achiote, buena cantidad de comino, le daba la bendición con
gotas de vinagre sacado de cáscaras de piña que se guardaban en un frasco hasta
fermentar; la mano, empezaba movimiento rítmico con la piedra de moler para ir
mezclando los ingredientes que ya lanzaban a los cuatro vientos, ese olor
inolvidable, que acrecentaba el hambre del más anoréxico de los mortales. El
raspado que quedaba, la madre se lo untaba en pedazos de arepa a los hijos
pequeños.
La bendita piedra, después de prestar
su trabajo, se lavaba y secaba e iba a dar como cuña a una de las puertas que
el viento hacía golpear. Tenía tantos oficios, según la imaginación. El gato lo
sabía bien. Cuando oía machacar, estaba presto a maullar envolviendo la cola,
esperando pedazos de ‘ñervo’ o el marido que encontraba a su media naranja,
salida de tono, con la piedra en la mano; regresaba por donde entró sin emitir
palabra, yéndose a pasar la noche junto al perro, que al verlo le meneaba la
cola; ambos sabían que Dios mandó a huir del peligro; sobre todo él, que era el
‘limpiapiedra’ de la casa paterna.
Alberto.
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