MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 22 de agosto de 2018

EL MERCADO


CON TODOS LOS AÑOS.

A uno se le ‘chocolean’ los ojos y se pone hacer ‘pucheros’ al recordar las cosas tan simpáticas que tenía el pasado. En la mayoría de los pueblos, realizaban el mercado dominical. Se ponían los toldos para vender la carne; los bultos de frisoles, maíz blanco o amarillo, los de papas capira y criolla; racimos de plátano verdes, pintones y maduros; no faltaban las velitas ‘tirudas’ arropadas por pedazos de coco. La plaza principal era un hormiguero de gente pueblerina y de hermosos ejemplares campesinos. ¿Qué mejor ambiente, para llenarse de vendedores de novenas, ‘raspao’, conos, paletas, pirulís multicolores pegados a la vara de maguey, los ‘tubinos’ de hilos con las correspondiente docena de agujas?  Eran ‘chotos’ y sabían que el pueblo estaba lleno de ‘collarejos’ (personas buenas) y que ese día harían el agosto en ventas.
En punto especial, se instalaba un ser extraño.  Hombre de cabello largo amarrado con una cinta de color, buscando parecido al indio; patilla a lo mexicano, quimbas en los pies, collares de amuletos en que no faltaba ‘la uña de la gran bestia’; anillos de piedras no preciosas y cinturón ancho de colores. Ya acomodada una caja, en la que iba apareciendo una culebra que él se llevaba al cuello y que el circulo de espectadores estaba inundado de curiosos; abría otra, que estaba repleta de pequeños frascos, en esa, estaba la panacea a todos los males de la humanidad y… empezaba la verborrea: “hágame el favor caballero y se corre para allá, la señora también, usted niño, no se me siente ahí. Abran el ruedo señoras y caballeros para poder extender ésta serpiente. Este animal  lo voy a parar en la punta de la cola por medio de secreto, porque miren, yo soy el hombre que conoce muchos secretos. Yo me interné a la edad de 11 años en la selva con el indio Pie Plano y el cacique Pluma Gris, ellos me decían: ‘matarrá marrora, queriendo decir, que la naturaleza es sabia. No se arrimen señoras, caballeros y niños, porque Maruja (la culebra), los puede morder. Solo yo tengo la cura para la mordedura en uno de éstos frascos; así mismo, ahí, está el antídoto para el mal de ojo, para ligar al marido, echar los malos vecinos, curar el dolor de espalda, desaparecer el dolor de muela, curan la flatulencia, que lo hacía quedar mal en las visitas, enamorar la mujer amada. Ya le dije mijito: quítese de ahí”. Vendía y vendía frasquitos y cómo vino se iba, sentado en la banca de atrás del bus de escalera.         

Alberto. 

miércoles, 15 de agosto de 2018

LOS VIENTOS



LO QUE QUEDÓ DE LA CLASE DE DIBUJO.

Cuando llegaba el mes de agosto, se venía con él, la brisa salida de lo normal. Se aprovechaba para elevar cometas: La mesa, media mesa, barriletes etc. Eso era tan ‘gueno’ que ‘nian’ con los años se puede olvidar. El viento no se quedaba contento de sólo ver los niños reteniendo en el espacio por horas enteras los artilugios de varillas y papel; él, seguía por las calles levantando la bata de las mujeres, tumbando sombreros y tirando tierra en los ojos. Le encantaba entrar a los hogares a derribar terracotas, mover sensualmente las cortinas de las ventanas y las que separaban las alcobas; entraba hasta la cocina a bambolear el garabato en que estaban colgados los huesos de ‘calambombo’ y una que otra presa de cochino o res, -un poco ‘curada’-  que el gato seguía con avidez esperando una caída vertical, eso hacía que la abuela, al notar las malas intenciones del felino, lo sacara a los chancletazos de tan benemérito lugar.
Cansado de hacer picardías y destrozos y cómo para llamar la atención, se dedicaba a golpear las alas de las puertas; fue por eso, que llegó cómo solución, trancarlas con lo primero que encontraron. Las piedras, era algo mediocre. En casas aristocráticas se estaban colocando conchas de caracol, permitían terminar con los estruendos y eran más elegantes. Adquiridas, se terminaría con los sustos de la abuela, cuando en la silla mecedora, hacía su crochet o el ‘perrito’ de medio día, que el portazo empujado por el viento interrumpía violentamente. Ha…, no se puede olvidar, cómo el bendito caracol, nos dejaba escuchar el murmullo del mar, que ni en sueños conocíamos y no podían faltar, los mal intencionados, que decían que el ropaje de los moluscos, eran sinónimo de mal agüero.

Alberto. 

miércoles, 8 de agosto de 2018

¿SERÁ QUE VOLVEREMOS?


DERRUMBE DE LA HISTORIA

Formarse y enumerarse de izquierda a derecha. El cielo estaba casi azul con pequeñas nubes blancas. El rotor del helicóptero había iniciado el movimiento giratorio. Un grupo de hombres uniformados estaban a la espera; mientras, se santiguaban, algunos de ellos con cara de niño. Con dificultad sacaban el pañuelo para borrar del rostro la lágrima furtiva y no mostrar a los compañeros el miedo que los embargaba.
En el grupo se encontraban también jóvenes de extirpe campesina que, en ese instante, recordaban: el surco lleno de hortalizas, el caballo galapero que lo conducía los domingos a la misa del Padre Julio, las canecas arrugadas por el uso a donde vaciaban la leche de la Lunareja o de la Cachi Mocha, las vaquitas que tanto amaba; pensaban en sus viejos, que nada sabían de guerras. La única arma era la camándula para el rezo vespertino, el azadón que recogía la tierra para el arado, el machete para cortar la maleza. Llegó al encuentro de la memoria, el llanto de la madre cuando fue sacado de la parcela para servir a la patria y la confusión del anciano padre, que veía en él, la prolongación de la estirpe. Aún escuchaba los ladridos de Coronel, el perro sin raza, que lo acompañaba a todas partes, en especial, a las cristalinas aguas de la quebrada en la que los dos retozaban alegremente y sin temores.
El aparato estaba tomando altura; ya no había retroceso. Las miradas se perdían en el infinito. Abajo estaba todo de color verde, ese que brinda la manigua con sus sonidos extraños colmada de animales agresivos y venenosos, dispuestos a defender el territorio. Alguien con una insignia, que lo hacía superior les dijo: “No olviden lo enseñado. Si quieren regresar…”.

Alberto.

miércoles, 1 de agosto de 2018

EL "VIAJE" DE UN CHOCUANO AL CIELO


COMIENZO DEL DÍA



En la habitación 425 de la clínica compartida por dos personas; una, la nuera y junto a la ventana, una mujer de raza negra entrada en años, a su lado el esposo. El corazón se le estaba deteriorando; ¿Sería de tanto amar a su Chocó o quizás la devoción a su negro del alma?
Crescencio, haciendo honor a su raza, es parlanchín. Sin pensarlo, empezó a narrar su ‘viaje al cielo’: “había mucha gente haciendo fila por un camino cómo de un metro de ancho, lleno de flores a ambos lados; yo no conocía cinco rosas de diferentes colores, adheridas a un solo tallo;   llegamos a un gran salón hermosamente iluminado, con una claridad que segaba. Se escuchaba una música que regocijaba el corazón; el piso, era igual que el cristal, al caminar daba reflejos. Los que ya estaban allí, se encontraban en fila perfecta, los brazos extendidos a las alturas; todos postrados de rodillas. El salón era muy grande y cabía muchas personas. Nadie hablaba. Todas miraban al frente. Al fondo existía una inmensa pared iluminada con mayor fortaleza en la que unos bellos angelitos daban vueltas alrededor de un anciano vestido todo de blanco, de un blanco resplandeciente en el que se descargaba una abundante barba. Él, estaba sentado en un inmenso trono hecho de nubes, tan blancas cómo sus vestiduras”. Era amena su conversación y la narrativa llevada con ahínco. Posaba la mirada con cierto hálito de malicia, que enmarcaba en una tenue sonrisa.

Estábamos lelos, esperando que continuara la historia que brotaba de la imaginación de un ser sencillo y humilde, lleno de devoción;  él, seguramente, estaba en ese momento adentrándose en oración, por los lugares desconocidos, en busca de la cura para con quien compartía su vida. Por desgracia, no pudimos conocer el final. Llegó la enfermera al 425 y nos hizo retirar…

 Alberto.