LO QUE QUEDÓ DE LA CLASE DE DIBUJO.
Cuando llegaba el mes de agosto, se
venía con él, la brisa salida de lo normal. Se aprovechaba para elevar cometas:
La mesa, media mesa, barriletes etc. Eso era tan ‘gueno’ que ‘nian’ con los
años se puede olvidar. El viento no se quedaba contento de sólo ver los niños
reteniendo en el espacio por horas enteras los artilugios de varillas y papel;
él, seguía por las calles levantando la bata de las mujeres, tumbando sombreros
y tirando tierra en los ojos. Le encantaba entrar a los hogares a derribar
terracotas, mover sensualmente las cortinas de las ventanas y las que separaban
las alcobas; entraba hasta la cocina a bambolear el garabato en que estaban
colgados los huesos de ‘calambombo’ y una que otra presa de cochino o res, -un
poco ‘curada’- que el gato seguía con
avidez esperando una caída vertical, eso hacía que la abuela, al notar las
malas intenciones del felino, lo sacara a los chancletazos de tan benemérito
lugar.
Cansado de hacer picardías y destrozos
y cómo para llamar la atención, se dedicaba a golpear las alas de las puertas;
fue por eso, que llegó cómo solución, trancarlas con lo primero que
encontraron. Las piedras, era algo mediocre. En casas aristocráticas se estaban
colocando conchas de caracol, permitían terminar con los estruendos y eran más
elegantes. Adquiridas, se terminaría con los sustos de la abuela, cuando en la
silla mecedora, hacía su crochet o el ‘perrito’ de medio día, que el portazo
empujado por el viento interrumpía violentamente. Ha…, no se puede olvidar,
cómo el bendito caracol, nos dejaba escuchar el murmullo del mar, que ni en
sueños conocíamos y no podían faltar, los mal intencionados, que decían que el
ropaje de los moluscos, eran sinónimo de mal agüero.
Alberto.
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