DERRUMBE DE LA HISTORIA
Formarse y enumerarse de izquierda a
derecha. El cielo estaba casi azul con pequeñas nubes blancas. El rotor del
helicóptero había iniciado el movimiento giratorio. Un grupo de hombres
uniformados estaban a la espera; mientras, se santiguaban, algunos de ellos con
cara de niño. Con dificultad sacaban el pañuelo para borrar del rostro la
lágrima furtiva y no mostrar a los compañeros el miedo que los embargaba.
En el grupo se encontraban también
jóvenes de extirpe campesina que, en ese instante, recordaban: el surco lleno
de hortalizas, el caballo galapero que lo conducía los domingos a la misa del
Padre Julio, las canecas arrugadas por el uso a donde vaciaban la leche de la
Lunareja o de la Cachi Mocha, las vaquitas que tanto amaba; pensaban en sus
viejos, que nada sabían de guerras. La única arma era la camándula para el rezo
vespertino, el azadón que recogía la tierra para el arado, el machete para
cortar la maleza. Llegó al encuentro de la memoria, el llanto de la madre
cuando fue sacado de la parcela para servir a la patria y la confusión del
anciano padre, que veía en él, la prolongación de la estirpe. Aún escuchaba los
ladridos de Coronel, el perro sin raza, que lo acompañaba a todas partes, en
especial, a las cristalinas aguas de la quebrada en la que los dos retozaban
alegremente y sin temores.
El aparato estaba tomando altura; ya
no había retroceso. Las miradas se perdían en el infinito. Abajo estaba todo de
color verde, ese que brinda la manigua con sus sonidos extraños colmada de
animales agresivos y venenosos, dispuestos a defender el territorio. Alguien
con una insignia, que lo hacía superior les dijo: “No olviden lo enseñado. Si
quieren regresar…”.
Alberto.
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