Se ha caminado irreverentemente por
senderos que conducen a la desestabilización familiar y, sin ésta, se llega al
caos. Los hogares, no son hoy el refugio de la ternura, es el sitio de la
soledad. Se traen hijos, por equivocación, por olvido de tomarse la pastilla
anticonceptiva o por mera curiosidad; cuando esto sucede, la criatura lo que
menos trae, es la felicidad. Siempre será visto cómo quien limitó el espacio
rumbero de los padres. El niño crece sintiéndose el culpable y opta por la rebeldía,
el consumo de drogas para vengarse del desamparo. No es un mundo liberado por
los ‘derechos’, es un cardumen de irresponsabilidades, de las que se debe salir
antes de que la oscuridad lo cubra todo.
Lo único que no tiene reversa, es un
avión en pleno vuelo. Se debe regresar a las sanas costumbres; a la formación
de hogares alimentados por el amor y no por el sexo. A enseñar NORMAS a los
hijos desde el nacimiento, a limitar el libertinaje de los padres y la
alcahuetería de los abuelos. Es una mera conciencia colectiva.
Dar inicio a cualquier actividad, es
encontrar mil dificultades que atentan contra la paz interior; se lucha con
monstruos mitológicos dormidos al amparo de nuestra voluntad y raciocinio.
Cuando me involucré en escribir el pasado vivido en la pasividad de la antañona
Copacabana, pensaba extraer de aquel conglomerado pacífico y señorial, los
mejores momentos cuando la vitalidad brotaba en forma de lava volcánica por los
poros. No quería pasar por alto, tantísimas vivencias disfrutadas por calles
empedradas, por verdes campos, juegos sencillos e inocentes, conductores de
felicidad y amistades perdurables en el recuerdo; pasar miradas retroactivas
sobre los caserones de portones amplios, ventanas diseñadas para los
enamorados, puertas “falsas” para que el ganado encontrara el descanso; entrar,
para observar el equipaje de los ancestros, atados por las cuentas del rosario
de la abuela, escuchar tras bambalinas, los consejos del patriarca pletóricos
de sabiduría, que sin pretenderlo, arropaban el alma; buscar de manera
sencilla, reactivar la historia, no permitiendo que el olvido se apropie con
sus sombras de las añoranzas, remedio efectivo revitalizador para la carga de
los años.
Alberto