FOTO LUIS FERNANDO MEJÍA
Había comenzado a amanecer y algo hacía que se sintiera un cambio hasta en
despertar del sol, su luz era brillante, pero no quemaba como era el día
anterior. El azul del cielo era suave, el aire pasaba tiernamente y llenaba los
pulmones sin que produjera toz. Los pájaros volaban tan cerca y sin miedo, que
se podían tocar con las manos. El señor que diario pasaba por frente a la casa
con cara de odio, arrugado el ceño y masticando en sus labios, palabras de odio
y rencor, lo había saludado sonriente. La claridad de una luz, embellecía los
barrios de la ladera de las montañas; no se veían latas ni cartones; los niños
estaban sentados a la mesa comiendo ricos manjares y sonaba la campana
invitándolos a estudiar; los padres no sentían miedo ni de balas perdidas, de
violadores o traficantes. Las niñas esperaban tranquilas la hora sublime para
ser madres responsables. Las calles estaban arborizadas y la frescura llegaba
hasta el alma. Era el cambio esperado, antes de partir. Nadie cobra por soñar.
Alberto.
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