BUENA VIDA
El desengaño no es un monopolio de la vida; ella, para a hacerlo, está colmada de infinidad de espacios multicolores de felicidad. Sí hiciéramos una mirada retrospectiva y cronológica de los hechos acaecidos durante el existir, notaríamos, que son más los placenteros que los ingratos. Se ha concebido la infausta actitud de resaltar envueltos en lágrimas, lo peor del recorrido de la vida. Esa constante, crea en el interlocutor desprevenido, el sentimiento de lástima, conmoción vulgar e inaceptable del ser humano y para el creyente fervoroso, la ingratitud ante el regalo de un Ser Divino, que trascendió el espacio para colmar de bienes a todas las generaciones.
La felicidad, está, en las formas más sencillas, sin artificios, ni composiciones; se halla en la mirada del paisaje, en el encuentro con el ser amado, el despegue del ave para remontarse al espacio infinito, en el colorido del pequeño pájaro que entona trinos en la jaula del universo; se acumula en el corazón al beso de la madre agrietada de arrugas por el paso de los años, en la risa ingenua del niño al soplo de la brisa, cuando sus pies dan el primer paso; se encuentra esparcida en el alma, al calmar el dolor ajeno. La placidez encubre con su manto esplendoroso, los asomos de los aciagos vestigios del dolor material e inmaterial, para convertirle en partículas que el amor coadyuva al exterminio. Cuando la niñez estaba ataviada de maleta llena de cuadernos, del aro que servía para veloz carrera y de maestros gruñones, llegó la primera instructora a sentarse en el pupitre del frente. El corazón se enamoró de la dulzura de la voz, los ademanes femeninos y del lunar seductor que adornaba la nariz.
La señorita Marina, había logrado despertar el apego del impúber, que antes, rechazaba la escuela. Corría como un venado para ver el “amor de sus amores. Duró poco el sentimiento ingenuo. Una calurosa tarde, miró por la hendija de la puerta del consultorio del dentista, allí, estaba su amor platónico encaramada en la silla en los brazos del sacamuelas. Sus ojos la vieron tan fea como una bruja; su hermoso lunar…una verruga estrambótica. Lloró, llanto que desapareció, cuando sacó del bolsillo la bola cristalina y empezó a jugar con Hugo el amiguito.
Alberto
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