MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

BARRIDO DE ENSUEÑOS


COPACABANA DESDE EL AIRE


Es compañero del viaje de la vida, ese filme elaborado con cordura, refinamiento y finura, por el democrático recuerdo. Ese bloc de páginas llenado con líneas arabescas por el insustituible yo, el ególatra, fatuo; ese Dorian Grey alejado de la “belleza” promiscua del engaño. Se decía, de ese maridaje anodino de lo personal con la evocación. Ellos, fueron recogiendo del pedregoso camino remarcado por las pisadas de las recuas de mulas, lo que los pasos iban abandonando a la vera o que quedaron chilingueando en las ramas de los árboles. A la llegada, la primera visión de los espantados ojos del niño, era la inmensidad de la plaza con la verdura del césped acaricida por el efluvio de las bestias pasteadoras, el cacareo de las aves de corto vuelo, una mojarra cocotera, palomas fieles cucuruteando mientras los cucaracheros entonaban bellos trinos esperando no ser atacados por el pérfido sirirí o bandadas de pechi-rojos que llegaban desde los campos en que en árboles frutales anidaban. Aquellos oídos tiernos se enternecían con el vibrar de las sonoras campanas llamando al ángelus en aquella hora en que el gris se apodera del entorno, del ensueño y del alma.

Las pisadas se largaban conducidas con temor, por aquellas piernas veloces, era la conquista del precoz mancebo. Casas llenas de historia del Sitio de la Tasajera, de la Copacabana antañona de pocos habitantes en que la runa, el carriel, nos topamos, ajualá mi don, estaban llenos de cariño, de sabor montañero, de honestidad, calma y paz tan blanca y pura, como aquellos toldos en que la carne destilaba cariño, endulzado por las velitas tirudas, “recortes” y colaciones. Las afueras del caserío eran lugares arborizados escondidijo de ponedoras silvestres o juegos infantiles en las caminadas hogareñas. Desde la cúspide de la montaña se desprendía la vida en torrentes endulzándose de trapiche en guarapo, sirviendo de ocupación a poderosos brazos castigadores de ropa sucia contra las rocas, mientras los cantos los llevaba la corriente blanquecina entre la espuma hasta refugiarse en el remolino de la resignación. De esa unión, que recogió los primeros instantes en la Tricentenaria se echaron al morral de las reminiscencias, lo que ha ido brotando entre suspiros y lágrimas escapados del escaparate en que un día se encuevó el corazón.

Alberto.


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