MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 2 de octubre de 2019

DUALIDAD, CEMENTERIO Y PANORÁMICA


TEMPLO DE COPACABANA FOTO HÉCTOR BOTERO

¡Qué realidad abrumadora! El campo santo está enseñoreado desde la altura, de los vivos de Copacabana. Son observado por entre los pinos por la parca, una de las tres viejas deidades hermanas: Cloto, Láquesis y Átropos: las primeras en funciones de existencia, mientras que la última corta el hilo de la duración de Homo Sapiens. Desde aquel alcor, prominencia natural que se encumbra desde el torrente de la quebrada, las miradas escrutadoras del niño, se extasiaban incrédulas en la agreste montaña que delimita la propiedad del conglomerado sítiense con la vecindad del Señor Caído. Clavaba la mirada en los salones en que casi media población laboraba, muchos de ellos, exhalaban efluvios de boñiga, terneros mamones, vacas cachimochas, llevando en las uñas adheridos ínfimas porciones de tierra del arado. El aire caprichoso perturbador de la quietud de la palmera, se remontaba hasta el campanario, tomando el acariciador tañer y con juego de ondas esparcirlo por el espacio. El río oscuro se recostaba a las riberas para ir besando apasionado las vegas de cañaduzales, sauces parapeto de cigüeñas, cuevas de liebres y follajes rastreros que iban a parar a los comederos de los animales, antes de tomarse la melaza.

Desde ese altozano binóculo de la intrepidez del mozuelo, rapaz incrédulo, que con un ojo miraba la expansión de la comarca deleitándose con la herrumbre de los históricos tejados. El orín de los goznes de los portones hidalgos, que celosamente guardan la paz de las familias distinguidas y arropan con amor a los desalojados de la diosa fortuna. El viento trae hasta los oídos desde las aulas, las voces de maestros inculcando honradez y con el otro ojo, el párvulo indiscreto atemorizado, con los pelos de punta, mira la soledad congelada de las bóvedas y tumbas engalanadas de flores de papel: el ciprés testigo de llantos postizos y de dolores desconsolables de lealtad y amor. Gallinazos danzantes en lo alto de la parcela en que la igualdad es el rasero de la humildad y la opulencia. No alcanza a discernir la magnitud entre la vida y la muerte, sin embargo, siente alegría al retratar el paisaje con el iris de ojo y temor apocalíptico con la frialdad, soledad y desamparo del campo santo, dualidad existente desde el principio…

Alberto.                           



No hay comentarios:

Publicar un comentario