MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 9 de octubre de 2019

REGRESO EN EL SIGLO XXI


MONUMENTOS DE COPACABANA FOTO TAVO GARCÍA

A pesar de haber llegado el invierno, la mañana amaneció limpia y con incipiente sol. Se dirigió al pueblo amado. La carretera llena de vehículos, por consiguiente, trancones, le hizo presagiar que allá en Copacabana, todo era distinto. Efectivamente. Enfrente a la cantina de Pizca y debajo del palo de mango, no estaban los carros de escalera con aquella estupenda policromía y sus trazos geométricos, como tampoco los paisajes bucólicos unos y otros, imágenes de santos; no se escuchaban por el contorno las sirenas del Fargo de la Empresa Montecristo o el siete bancas de Trasporte la Esmeralda. Halló un vacío sepulcral en el lugar que ocupaba la capilla de San Francisco y no pudo observar las Estaciones del Viacrucis estilo colonial, ni el altar tallado. Un dolor inmenso y múltiples preguntas. Algo semejante observó en el templo principal, se unieron las lágrimas y las interrogaciones…De aquella quebrada de grandes arroyos, en que sobresalían Charco Azul, Charco Negro, Charco Palo y otros tantos en que la chiquillería desfogaba su fuerza vital, se los había tragado el crecimiento poblacional, que a la vez despojo los guayabales comida nutriente de las aves, de algún orate que calmaba el hambre y de los escueleros que llenaban sus bolsillos del alimento silvestre para llevar a la escuela de don Jesús. Ésta, ya no estaba en el lugar; derruyeron los enormes salones de tapia con aquellas enormes ventanas que le daban permiso al viento para pavonearse dentro del aula, agitando los cuadernos Bolivariano o borrando con el ímpetu las letras escritas con tiza en el inmenso tablero.
No encontró la cantina de Tito y el vaso de avena blanca y nutriente de la esquina de Zacarías no existía. La mirada se posó en la acera del frente en la que mitad de la población encontró futuro, empezó a escuchar voces de fantasmas que salían de la soledad, parecían murmullos de dolor, extrañeza y rabia, le pareció ver en ese instante la figura bonachona de don Abrahán Espinal el viejo administrador. Se dio cuenta que ya la sirena de la factoría no sonaría más para partir el día. Al agudizar el oído no percibía el ruido de las carretas tiradas por caballos, cuando en caravana llegaban desde la capital para surtir las tiendas, ni tampoco escuchó: ¡Arre mula! Sabía que no estaba sordo, sino que el tiempo todo lo borró. La época estaba golpeada por la emancipación del futuro, pocos rasgos quedaban del pasado, hasta el clima había perdido el encanto saludable; las mangas con su verdor se estiraron buscando altura en edificios palomeras multiplicando la temperatura. Los vecinos de entonces reposaban en el Campo Santo; el carriel, la ruana y el machete se despidieron llorando al no encontrar un amante. Noté, que mis amigos no salían a recibirme… ¿Será qué ya no están? Creo de verdad que todo aquello visto y no, son una inmensa crueldad de la vida.  

Alberto.                                   

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