ASILO ANTIGUO DE COPACABANA.
El mapa geográfico del
poblado arropado por la Virgen de la Asunción, la Fundadora de Pueblos, el
pedacito de ensoñación, no es muy extenso, pero caminarlo con unos pies
cansados de trajinar por los senderos del tiempo, posarlos encima de los
arados; corretear detrás de los terneros mamones hasta llevarlos hasta la ubre
de la remascadora vaca adormecida, subir por trochas en busca de maderos secos
que den lumbre al fogón de tres piedras y recoger con la cerviz doblada los
frutos de la tierra, esos regalos de vida que dan salud para continuar el paso
efímero por el atajo de la supervivencia; de esa manera vivía en otro lugarejo
el viejo campesino que con numerosa prole, descargó sus anhelos en el Sitio de
la Tasajera, por allá, cerca de su fundación, en un lugar menos agreste, en el
que alcanzaba a escuchar las campanas cuando los domingos llamaban a misa o
invitaban a la solidaridad en la despedida de un ser querido que vestido con
hábito franciscano, algodones en las ventanas de nariz, emprendía el viaje sin
retorno. El campesino cansado y viejo, al poco tiempo, encontró en la escuela
de niños el lugar que le brindaría la manutención y estabilidad del hogar.
La escuela de don Jesús, como todos la
nombraban, era inmensa, acogedora y solariega, en la que los educandos en los
recreos se desfogaban como lo hacen los cabritos en la selva. Una gran mayoría
descalzos. No podía estar ausente los niños que, por pereza o miedo a los
castigos de dolor, no asistían, permaneciendo escondidos en la quebrada Piedras
Blancas en aquellos charcos verdosos, que invitaban a chapotear; otros, en los
solares ajenos de árboles frutales, empachándose de sumos cítricos o el dulzor
de mangos criollos. Por esos, los qué se “mamaban” la escuela, era que Villita,
el policía escolar, con sus pies cansados se recorría toda la extensión del
pueblo, llegando hasta la casa en que los padres desconocían el paradero del
retoño y él, con educación, les informaba que no había hecho presencia en la
entidad educativa. Aquel anciano cumplidor de su deber se le veía sudoroso y
agotado, cargando su añeja ruana y terciado el carriel, en los puntos más
distantes cumpliendo con el deber. Éste que narra, hacía parte de los temerosos
del castigo con una regla qué llegaba hasta sacar sangre de las piernas o las
nalgas. En una de las inasistencias al castillo del aprendizaje de las primeras
letras, los ágiles pies lo llevaron hasta Guasimal, hasta allá, se llegaba por
un camino estrecho o saltando los polines de la carrilera del tren. Miró a la
lontananza en que casi se juntan los rieles…el miedo se apoderó del niño
irresponsable e inconsciente, pues sus ávidos, anhelantes y ansiosos ojos,
deslumbraron la presencia de Villita el policía escolar que venía en la misma
dirección…
Alberto.