MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

BUSCANDO LA PEPITA DE ORO


CASAS ANTIGUAS

Era acucioso, mal genio y honesto. Antonio Gutiérrez recorría las calles de Copacabana (la vieja), descalzo con vestido de dril haciendo algún mandado a uno de los cantineros del pueblo que también lo utilizaban para hacerle la limpieza a sus establecimientos, que él, ejercía a las primeras horas del día, para no entorpecer el normal funcionamiento. Aquello, le acrecentaba la maltrecha faltriquera, le permitía tomarse su “tinto” bien caliente o de vez en cuando, unos guarilaques que le alejaban por instante la timidez y le dejaban ver lo enamoradizo saliendo a una de las puertas a lanzar un piropo a alguna colegiala o a las lavanderas que pasaba con el ‘atao’ de ropa sobre la cabeza; sólo cuando estaba en estado de embriaguez departía con alguien, pues el dios Baco le trepaba la autoestima más allá de la torre de la iglesia. La S.M.P. (Sociedad de Mejoras Públicas), le tenía asignado un cuartico en alguno de los caserones que alquilaba para tener su sede y los estudios de Radio Copacabana, donde Antonio reposaba a sus anchas y servía de celador. Algunas noches se le veía pasar enruanado con destino a la quebrada Piedras Blancas lo que daba comidilla a las malas lenguas…” Ese, es que tiene res amarrada.”
Toño, había nacido predestinado para escarbar las entrañas de la tierra o sería tal vez, qué en el árbol genealógico y por línea directa habría existido un minero español aventurero de esos que llegaron al Sitio de la Tasajera ¿a hurgar la quebrada la Chuscala, origen del pueblo? Sea lo que sea, nuestro personaje de marras recorría las orillas de la quebrada Piedras Blancas de arriba abajo, partes del río y pequeños afluentes de batea en mano, frasquito de mercurio y recipiente para guardar las pintas de oro que fueran halladas después del cateo en la casquivana veta; llenase la batea expedicionaria de arenas blancas comenzando la danza en que gira el agua mermando la sílice, hasta que en el fondo… ¡Aleluya! Una pinta. El eterno buscador de minas a pesar de lo añejo de su delirio económico, frunce el entrecejo, suelta un suspiro, debajo del ancho sombrero se alcanza a distinguir el colmillo participante de la sonrisa. Con el índice va separando con cuidado de madre la chispita amarilla que lleva hasta el recipiente que después será trasportada a pequeña bolsa en que la esperan congéneres del rubio metal, que hará cambiar Come Tierra en Medellín en unos cuantos pesos, que serán guardados en sumo secreto, tal vez pensando en un casorio que se pueda presentar, de eso, no está libre nadie.    

 Alberto.

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