MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

ASÍ TE RECUERDO


CIELO NUBLADO

Cuando los ojos empezaron a copiar casi que maravillados, aquel lugar apacible, sosegado y tranquilo, no tenían ni idea que se estaba dejando seducir por el brebaje embrujado de bucólico encanto, en un panal colgado de la agreste montaña paisa, que había sido encontrado por hombres de barba y ojos azules. Esa Copacabana de tiempos venerables dejaba verse por la mirada angelical del infante, desnuda, para extasiar con sus encantos al mancebo que deseaba hacerla suya ¡Lo consiguió! Retozaban juntos por entre la corriente de la quebrada succionando el sumo de los trapiches, mientras se deleitaban con el aroma de guayabales. Se escondían a ver el movimiento sensual de las amplias caderas de las morenas lavanderas y arrullarse con el canto lastimero, aflorado de las gargantas secas. Desde lo alto de la torre veían descender por los rústicos caminos de herradura, campesinos de sombrero, ruana, carriel, machete y botas ancha, casi en cortejo para asistir al llamado de las campanas, ofreciendo en el templo la cosecha que pondrán a la venta en el mercado de toldos albos. Abrazados pasaban revista a las cantinas en que la euforia maléfica incrustada por el licor, bailaba sobre la mesa rebosante de botellas. A cada encuentro con las tradiciones de la florida y, frugal amante del incauto niño, le daban la justa medida para estamparle el beso de amor eterno al verde recodo de la raza paisa. Juntos entre caricias escondidas, veían pasar a los desalojados de la diosa fortuna y los desamparados del intelecto: José Gondo, se impulsaba con bordón de guayabo, Susanita, precariamente movía sus cansados pies; Babey lanzaba pedruscos a niños maléficos, mientras desaparecía llorando. Vástago caía del caballo que la chusma de fogoneros había trepado en sus lomos, para morir en soledad.

El padre Sanín los domingos vestía sombrero aguadeño, poncho y un carriel tan grande como mentira de Cosiaca al que caían algunos pesos, que les cubrirían en parte las necesidades a los fogones desamparados; después el levita, atalayaba a su rebaño desde el segundo piso de la casa cural. Entre caricias y besos, continuaban la hermosa Copacabana y el mozuelo. La fontana lanzaba manantiales limpios de esperanza, que la brisa cargaba en su regazo, para refrescar la caminante pareja de enamorados o a los contertulios de la banca. veían en el atrio a la salida de misa, esa, la pomposa de las nueve, al grupo de comadres de manto negro, mantilla satinada y cachirula florida, mordiendo y volviendo pedazos a media humanidad. A medio pueblo le ardían las orejas. Desde el teatro Gloria se escuchaban salir del parlante, los tangos de Pepe Aguirre, Hugo del Carril o su majestad Carlos Gardel motivadores para asistir a la película de turno, o sea, la que llevaba 2 semanas en cartelera. Tomados de la mano seguían juntos, no podían ocultar su amor. Se recostaron en el campo de la cancha de fútbol en que la gente desahogaba la serenidad acumulada y aprovechando la soledad, procrearon dejándose observar por los juguetones sauces y el rumor del río, sueños, historias, alegrías, versos y aquel hijo amado por los dos ¡El recuerdo! 

Alberto. 

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