MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 5 de febrero de 2020

"LOS ESCALERAS"


EL VIEJO PUENTE 

Hace tanto que nos enseñaron que mi bello pueblo, estaba distanciado de la capital por 16 kilómetros. No existía autopista a la costa, todo aquel que viajara para ver el mar se untaba de paz al atravesar el caserío de casas históricas de un solo piso, con ventanas y puertas abiertas. La carretera qué unía al Sitio con la Tasita de Plata era aquella llamada el carretero o la vieja, no exenta de huecos por la que tantas veces pasaban los ciclistas de la vuelta a Colombia con Ramón Hoyos al frente, aparatosas competencias ya de motocicleta o de autos y jaulas cargadas de café de aquí para allá o al contrario con ganado; era la misma por la que los sitiénses se trasportaban al trabajo, estudio o hacer las compras de cachivaches de moda. Aquello era casi un paseo. No se viaja de cualquier manera, de las entrañas de los escaparates salían a relucir las mejores prendas para no desentonar ¿pues qué dirían los pretenciosos de la ciudad?: “Vean a esos montañeros.” No. Bien vestidos nadie se daría cuenta y se mesclarían con la petulancia de la ciudad de la frivolidad. Era un recorrido matizado por el polvo, las frenadas a cada momento para recoger pasajeros diseminados a la vera del camino, el chirriar de las llantas al escuchar el timbre halado por alguno que ya había llegado al lugar de destino.

Los carros de escalera estaban agolpados enfrente de la cantina de la pisca debajo de uno de los palos de mango, era allí el cuadradero en que los ayudantes o fogoneros ensordecía con el pregón: “Copacabana Medellín, suba qué nos vamos.” El muchachote desordenado montaba al capacete todo lo que no se podía llevar en las bancas y de paso miraba la pierna de las damas, que después de mil peripecias subía para acomodarse. Aquel Fargo, ese Chevrolet y el Ford de 8 bancas pulcramente mantenidas, eran unos palacios multicolores. Los laterales del vehículo eran un museo geométrico que rompía la brisa matutina cuando el motor ronroneaba acortando el camino; al cruzar dejaban ver en la parte trasera la religiosidad de la hidalga Copacabana. En el olvido no puede quedar las imponentes sirenas colocadas en el frente y en la parte más alta del carro, que se hacía sentir cuando partía o en la llegada avisando qué estaban de regreso. Los postigos dejaban ver rostros expectantes, sonrisas tímidas, manos agitadas, mientras en la calle la chiquillería rodeaba con sorpresa y cariño a los que bajaban y ponían sus pies en suelos preclaros.    

Alberto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario