MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 12 de febrero de 2020

TEUTONES EN COPACABANA


RECORDACIÓN DE LA FUNDACIÓN DE COPACABANA


No sé qué día y menos por qué, cualquier amanecer de una mañana engalanada de fresco aire, fueron asentando sus pies tres hombres llegados de la Europa convulsionada por fratricidas guerras, podría ser debido a eso, que abandonaron su terruño dejando atrás costumbres, propiedades, familia, empleos y no es por demás, un tierno amor. Aquel hombre de complexión atlética, piel blanca, ojos azules, juntó su raza aria con la paisa; cupido les observaba y les clavó el flechazo. Por el sector en que cruzaba raudas las jaulas cargadas de cebús con su giba adiposa, maltratadas y sedientas. El Noral, ese lugar pacífico de frescura encañonada en que el tren dejaba la estela de humo matizado por el cha-cha-chá del movimiento, el sonido de los polines y aquel pito anunciador de la próxima llegada a la bella estación de la Copacabana de otrora; se acomodaron creando prole. Él era todo simpatía, bullicio cuando llegaba a comprar víveres a la tienda de “Madeja”. Don Carlos Pinsky era un paisa más. Apoyó la economía con una fábrica de químicos. La plazuela de San Francisco le dio en su belleza histórica un rinconcito al germánico Gerber Geithner; la memoria se ensancha buscando en alguno de sus recovecos y no visualiza la figura del extranjero, pero solo el presente dice que es, la ascendencia de Cristina Geithner la actriz. Un día aquel caserón hermano en vejez de la Capilla, se quedó sólo…

En la subida del carretero condominio de los Montoya, se instaló con esposa e hija alemanes, don Francisco Jingles. Hizo de su propiedad todo un búnker, encerrado por murallas de adobe macizo al que sólo entraban alguno de los Montoya: Zacarias, Segundo o don Rafael, también el vigilante custodio de la casa, empresa y árboles de naranjas pamplemusa, “ombligonas” y de unos arbustos atosigados de naranjas injertas, qué ni en el cielo las hay tan dulces, acompañado de enormes ejemplares de perros alemanes y a pesar de ello, revestidos de triquiñuelas, robábamos para hartarnos riéndonos de los caninos y del vigilantes. La familia no tubo jamás un rato de sociedad con nadie, ese comportamiento, más el claustro habitacional, levantó en la vecindad miles de conjeturas y hasta temores, se llegó a decir qué Mariano Ospina estuvo escondido ahí cuando los sucesos del 9 de abril de 1948. Una empresa de mangueras era la supervivencia y quizás el disfraz de un pasado culposo.  

Alberto.       

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