RECORDACIÓN DE LA FUNDACIÓN DE COPACABANA
No sé qué día y menos por
qué, cualquier amanecer de una mañana engalanada de fresco aire, fueron
asentando sus pies tres hombres llegados de la Europa convulsionada por
fratricidas guerras, podría ser debido a eso, que abandonaron su terruño
dejando atrás costumbres, propiedades, familia, empleos y no es por demás, un
tierno amor. Aquel hombre de complexión atlética, piel blanca, ojos azules,
juntó su raza aria con la paisa; cupido les observaba y les clavó el flechazo.
Por el sector en que cruzaba raudas las jaulas cargadas de cebús con su giba
adiposa, maltratadas y sedientas. El Noral, ese lugar pacífico de frescura
encañonada en que el tren dejaba la estela de humo matizado por el cha-cha-chá
del movimiento, el sonido de los polines y aquel pito anunciador de la próxima
llegada a la bella estación de la Copacabana de otrora; se acomodaron creando
prole. Él era todo simpatía, bullicio cuando llegaba a comprar víveres a la
tienda de “Madeja”. Don Carlos Pinsky era un paisa más. Apoyó la economía con
una fábrica de químicos. La plazuela de San Francisco le dio en su belleza
histórica un rinconcito al germánico Gerber Geithner; la memoria se ensancha
buscando en alguno de sus recovecos y no visualiza la figura del extranjero,
pero solo el presente dice que es, la ascendencia de Cristina Geithner la
actriz. Un día aquel caserón hermano en vejez de la Capilla, se quedó sólo…
En la subida del
carretero condominio de los Montoya, se instaló con esposa e hija alemanes, don
Francisco Jingles. Hizo de su propiedad todo un búnker, encerrado por murallas
de adobe macizo al que sólo entraban alguno de los Montoya: Zacarias, Segundo o
don Rafael, también el vigilante custodio de la casa, empresa y árboles de
naranjas pamplemusa, “ombligonas” y de unos arbustos atosigados de naranjas
injertas, qué ni en el cielo las hay tan dulces, acompañado de enormes
ejemplares de perros alemanes y a pesar de ello, revestidos de triquiñuelas,
robábamos para hartarnos riéndonos de los caninos y del vigilantes. La familia
no tubo jamás un rato de sociedad con nadie, ese comportamiento, más el
claustro habitacional, levantó en la vecindad miles de conjeturas y hasta temores,
se llegó a decir qué Mariano Ospina estuvo escondido ahí cuando los sucesos del
9 de abril de 1948. Una empresa de mangueras era la supervivencia y quizás el
disfraz de un pasado culposo.
Alberto.
Alberto.
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