COPACABANA HACE ALGUNOS AÑOS
"El corazón de todos los
inviernos vive en una primavera palpitante, y detrás de cada noche, vive una
aurora sonriente". (Khalil Gibran)
Puede ser una manía genética o sólo
algo inherente con los años, eso de estar haciendo viajes constantemente por el
pasado; pero sea lo que fuere, es algo que llena el alma de contento y, algo
más, es agradecerle al ayer, todo aquello que nos hizo ser feliz; es cómo
desligarnos del mal generacional de la ingratitud. No se puede desechar por
ningún motivo, las horas vividas en compañía de los padres, cuando el hogar,
aún estaba unido por la vida y la paz de la morada, donde se calentaban los
sentimientos al arrullo del ejemplo. Sacar del recuerdo a los institutores, la
vieja escuela de tapias, los recreos, las animadas caminadas en estricta
formación hasta la cancha de fútbol de La Pedrera, lugar, en que nos
desinhibíamos y más de una pilatuna se cometía; cómo aquella, de pegarle en las
canillas de los compañeros con ramitas de pringamoza o aquella sorpresa de ver
a don Alfonso, maestro de segundo, levantando la tapa del pupitre, para tomarse
tragos de aguardiente en plena clase. No se puede omitir el dolor de ver el
primer muerto y que éste haya sido un compañerito de la escuela, electrocutado
durante un desfile del 20 de julio, cuando tan animado llevaba su antorcha. De
la misma manera, quedó para siempre la usurpación de unos cuadros, que nuestra
madre amaba y que la maestra de primero, nos pidió para adornar el salón y que
jamás regresaron al lugar de origen.
Se viene así, sin cronología, los
pensamientos más dispares guardados anacrónicamente en la evocación del
corazón. En las vieja y derruida capilla de San Francisco, quedó revoloteando
aquel primoroso instante, en que a escondidas, se galanteaba a la bella niña de
trenzas, adornadas de pequeñas flores y el momento que de sus manos se recibió
un pañuelo perfumado -hecho premeditado-, que duró mucho tiempo guardado en el
bolsillo de atrás del pantalón y que todas las noches a escondidas, se le
depositaba un beso. No se puede pasar el borrador del olvido, el tiempo de las
navidades, cuando con la dirección de Margarita Quintero (hermosa voz),
subíamos en tiempos de la novena del Niño Dios, al coro de la iglesia y con
unos pajaritos de polietileno llenos de agua, acompañábamos el canto de los
villancicos; nos sentíamos tan importantes que mirábamos de soslayo a los demás
niños, además, estábamos seguros, qué el Divino Redentor, por nuestra
'devoción', nos colmaría de traídos y que no cabrían debajo de la almohada.
¡Bendito ayer!
Alberto
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