La energía de los seres
orgánicos, o sea, la vida, es caprichosa al igual que un niño criado en un
ambiente de mimos, sin ninguna responsabilidad. Detrás de un santo puede existir
un demonio. Ese amor inmenso puesto como Contador de Vivencias sobre la
añeja Copacabana, la de las apacibles tardes soleadas en que solo el rumor del
agua de la pila, escuchado, hacia adormecer el vaivén de la majestuosa palmera
o el de aquellas sonoras campanas del templo llenando de armonía el volar de
las golondrinas; no pierde importancia, si hacemos aparecer dentro del bucólico
escenario, partes enfermizas de cualquier sociedad. Después del hotel de
Pachita, que quedaba junto a la majestuosa torre de la iglesia, estaba la
joyería de don Belisario Toro, bello ejemplar de la honestidad. Madrugaba abrir
lo que le daba el sustento. Pasaba atrasada la anciana a misa de cinco y miró
un bulto en el suelo, ahí estaba el patriarca en una charca de sangre y
semiabierto el local, se veía había sido robado. El primer atraco con
derramamiento de sangre. No pasaba domingo o día de fiesta y a veces un día
cualquiera de la semana, en que, en camilla improvisada, bajaban de la montaña
un herido grave macheteado ya por asuntos de linderos, aguas o herencias.
Existía un capítulo más en demostraban la violencia nuestros conciudadanos,
coterráneos y paisanos, aquella maldita enfermedad del fanatismo político.
Llegando las elecciones presidenciales, todo era barullo, bullicio y algarabía
por las apacibles calles; carros de volqueta llenos de imberbes recogidos (unas
veces a la fuerza) para gritar vivas a un partido; el temor de llegar la
oscuridad, pues llegaban de un municipio vecino gente a lo que se llamaba “la
aplanchada” o poner tacos en las puertas de los contrarios.
Esos capítulos nefastos de la historia en el villorrio amado, se quedaron en la clarividencia del niño, que por el natural metimiento (igual que calzón de boba), no se perdía ningún acontecimiento. Esos ojos saltones no se perdieron la crueldad de los fogoneros (ayudantes de carros de escalera), cuando maltrataban a los ancianos, irrespetaban a las damas y aquel chillido del perro a quien le amarraron un tarro de la cola, el animalito cruzó el parque despavorido hasta perderse en la distancia…Creo que la humanidad se ha poblado a base de chisme, murmuración o hablilla, pero en los pueblos es muy notorio y sobre todo las viejas o solteronas camanduleras cuando salen del templo en el atrio; Copacabana tenía un excelente surtido. Unas fumaban ansiosas aguzando el oído, desde lejos se podía ver el rodar de las honras. Fiestas religiosas paganas. (Del lat. tardío pagānus), en el Sitio de la Tasajera venían encartuchadas desde tiempos inmemoriales. El día de la patrona, se bogaba alcohol en grandes proporciones, en cada cantina tenía lugar contiendas a botellas, taburetes y mesas volaban por los aires, heridos, carreras de quienes huían y policías detrás; debajo de la torre, novios no aceptados, se besaban furtivamente. No era bien visto aquel qué no estrenaba. La devoción hacía gala por la no asistencia y de ñapa, ese resquemor, aversión u hostilidad ante todo fuereño o forastero que quisiera posar su destino en las tierras de Cacique Nichío o Niquía. Lo bueno es que así la amé, la amo y la amaré.
Alberto
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