¡Y…llegaron las ondas hercianas!
Cuando nadie conocía al Sitio de la Tasajera como la Fundadora de Pueblos, sino simplemente Copacabana y en la escuela Urbana de Varones o gu sea, la escuela de don Jesús, que era la forma en que la llamábamos, nos enseñaron que el viejo Gaspar, era su fundador; seguía existiendo la pobreza rondando su entorno. En los inicios de los primeros ranchitos, los ocupantes se habían dedicado a la minería (por cierto, muy escaso el brillante mineral), era como buscar una aguja en un derrumbe. Se cambió la supervivencia por agricultura, para subsistir. En las veredas estaban los campos esperando las manos que desvirgaran la tierra virgen para de las entrañas brotara la criatura del sostén. Pasaba el tiempo y persistía la escases; uno que otro, salía a flote. Llegaron empresario con visión futurista y una holgura; desarrollo e impulso abrazó la comarca; las esposas empezaron a ver la despensa alejadas de las afugias y hasta las tenduchas y cantinas, vieron el mayor movimiento de botellas de cerveza y las copas de aguardiente (a veces lo cambiaban por tapetusa) rebozaban el ancho de las mesas. A la botica le agregaron médico y los almacenes de la calle del Comercio no daban abasto para atender la clientela. Al templo le llegó el Ángelus y se fue pa’ arriba la torre. Todo estaba cambiando.
El pueblo mostraba otra cara, ésta, sí, de satisfacción. Lo mostraba al llegar el domingo. El parque rebosaba de parroquianos; los toldos blancos como alma de niño, dejaban ver las lonjas de carne colgadas de gruesos garfios, inmensas colchas de tocino esparcidos sobre la mesa, en que afilados cuchillos anhelaban empezar a desmembrar sin salirse del corte de la honorabilidad. El almud, el cuartillo, junto con el rasero, hacían llegar al costal los granos nacidos en los labrantíos de la casita enchambranada y flotante humo de chimenea. Un día, de eso de por allá…se escuchaba un vago rumor, eran las ondas hercianas que traspasaron las montañas. La onda larga entraba en los radios Philips, Loewe, Blaupunkt y Westinghouse; los hogares se unieron para escuchar música, noticias y radio novelas narradas, aquello era difícil de entender y a la escasa potencia de la energía le llegaban mil maldiciones, por los momentos que se hacía tan débil como un recién purgado y no se escuchaba sino un ruido; algunos consiguieron una pequeña caja llamada reguladores para potenciar el receptor, otros, en el tejado en el caballete pusieron antenas. Copacabana estaba conectada con el mundo, por la radiodifusión. Colorín colorado, este cuento se acabado.
EL COBIJO DE LA
QUEBRADA
Se adentraba unas veces
bajando por el morro del cementerio, otras, saltando la tapia de bareque de la
casa finca de “Mamá Luisa” que quedaba cerca a estatua de la virgen a la
entrada al Campo Santo; pero el predilecto estaba en el histórico puente de
IMUSA. Dos metros de bajada hasta donde comenzaba los guayabales, pasada por
debajo de una alambrada de púas y estaba en el paraíso de azulejos, mayos,
pinches, cucaracheros y cuanta aves llegaba en migración a buscar descanso y
alimento en las conservas naturales de aquellas blancas que llamábamos de
leche, o las rojas encarnadas igual que boca de hermosa mujer. Aquellos
arbustos distribuidos en las orillas de la corriente límpida, imitación de
nacarado cristal, daban sombra arropando con su frescura a la chiquillada que
allí empezaba la expedición de sus travesuras. El caudal era la canoa en que
venían las voces de cantos tristones de romances perdidos de mujeres que
golpeaban contra la piedra, la ropa blanca sustento de sus hogares. El césped
de la orilla era un tapete multicolor empapado de fragancia jabonosa, aire puro
y cascada de agua sobre piedras blancas.
Reunidos los infaltables amiguitos, empezaban el laboreo de hormigas, para la construcción de un nuevo charco, en que, bañarían su desnudez impúber con el afán de descargar la fogosidad y exaltación de la edad primera. Era bautizado con el primer nombre llegado a la cabeza. En la grama fresca pastaban los bovinos de Ramoncito Ríos de la raza nuestra: Blanco orejinegra; como una figura fantasma semioculto se hallaba “Patelana”, fogonero ‘gateador’ empedernido esperando observar desde la penumbra, la desvestida de ingenua dama que en paseo llegado desde ‘medallo’, buscaba desinhibirse en las claras y frescas aguas. A cortos pasos del inaugurado lago, igual que un topo, se encuentra “Cometierra” el único buscador de oro que conocí, de genio desigual y fiero. Ya mucho más elevado entre matas de caña dulce e imponentes piedras con su vestido de remiendos, sombrero cantinflesco y ojos temerosos, Magín, recorría estrechos caminos que decía, eran propiedad de sus ancestros. La quebrada tuvo vida propia, amaba y acogía a quien la visitara, entregaba sus aguas con amor, trayendo en suave rumor desde la cresta de la cordillera, donde habita la honestidad del campesino, el sonido de un viejo tiple rasgado por manos callosas los sones de un bambuco.
Alberto
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