MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 31 de agosto de 2022

BUCÓLICO



Idealizar aquel tiempo enredado en la zarza del recuerdo, ensalzar los parajes adyacentes enverdecidos de pastos, árboles frutales, surcos de pan coger, encumbrar la delicia del airecillo madrugador o ennoblecer el comportamiento de sus gentes, no se pueden llamar especulaciones, teorías o pensamientos de un maniático soñador, es la evocación genuina de quien vio con la mirada limpia de niño, esa, que apenas despierta asombrada ante las bellezas del entorno, traslada esas imágenes a la mente (potencia intelectual del alma), ahí se apertrechan para siempre, para con el correr del tiempo irse configurando como historias y depositarlas con amor entrañable a los nuevos habitantes, que sepan que hubo un ayer y…aquellos congéneres, vuelvan a vivir siquiera por un instante, la paz de ese entorno. Ante la mirada de delicia de los niños, iban pasando los entrañables carros de bestia que llegaban con una puntualidad militar, para entregar en las tiendas de abarrotes, situadas casi todas en la parte nororiental, los encargos hechos. Siempre llegaba de primero Germán Montoya con su jamelgo de inmensa contextura, mientras los otros, hermanos o sobrinos, contaban con mulas algunas de estas, con muchos años encima. A eso de las tres y media de la tarde, empezaban el retorno a sus hogares en el Pedregal condominio de esa acrisolada familia de cocheros fundadores del transporte en el Sitio y la ocasión de los párvulos que salían de la escuela de niños, que vivían por aquellos entornos, para colgarse por debajo del planchón, en el eje que unía las ruedas de madera, para viajar más rápido a tomar el “algo parviao” en el refugio del hogar, muchas veces bajados a punto de soga y de sobremesa, el hijueputazo.  

 

Cansado ya el sol de entrar a los anchurosos corredores enladrillados y visitar de una en una las amplias piezas de la casa, en que el cuadro del Corazón de Jesús daba la bienvenida, iba tenuemente la oscuridad apoderándose del espacio, era el mejor momento para que los infantes se tomaran por asalto las calles y más de medio parque; hacían aparición chiquillos de la calle de la Rosca, Chispero, la calle Mejía y comenzaban a jugar partidos de fútbol con pelota de números que siempre terminaban cuando el dueño de la bola porque iba perdiendo, la recogiera y se fuera. La cosa no terminaba ahí…se iniciaba el botellón que muchos al brincar aprovechaban para golpear con fuerza al inclinado en los glúteos, factor que prendía la pelea que se apaciguaba con el coclí:, el que lo vi lo vi y el que esté detrás de mí no pago. Las niñas en el quicio de la casa mientras tanto jugaban esconde la correa, a la gallina ciega o a las mamacitas; el ambiente era de agitación, movimiento, bulla y algarabía bajo la mirada escrutaste de los padres; algunas damitas casaderas se reunían en frente de los hogares a contarse de sus amoríos escondidos o a hacer coros con tonadas sentimentales. La noche se ponía oscura, pues el bombillo no alcanzaba a despejar lo lóbregue del momento, ese era el mejor instante y antes de ser llamados a dormir, jugar el escondidijo. Una noche como tantas se empezó el esparcimiento, el que le tocaba buscar iba descubriendo compañeritos en los puntos más extraños. La diversión consistía en escudriñar a los que se ocultaban hasta encontrarlos; uno a uno descubría…faltaba uno. Detrás del kiosco, nada; agazapado en los árboles, tampoco. Corría la noche y no daba con el último. No lo encontró porque el padre lo cogió de la oreja y lo llevó a dormir sin que él se diera cuenta…  


Alberto.

 

 

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