Foto de Internet.
Por allá por el mes de agosto, cuando la naturaleza en su sabiduría, hacía que el viento soplara más, los niños empezábamos a construir las bellas cometas hechas de varillas de caña brava, que pulidas y amarradas con hilo, en forma de: barriletes, redondas, exagonales y forradas con papel de globo o con uno que era más fino y brillante, rojos, verdes, amarillos; con los que forrábamos los esqueletos, terminada la empapelada, seguía lo más difícil, que lo era la postura de los "tirantes". Muchas veces los padres tenían que colaborar, porque sino quedaban distribuidos equitativamente, la cometa en su vuelo, quedaba tirando para un lado y de seguro iba a dar al suelo, con el peligro de que una de sus puntas se desastillaba o que el papel se rompiera; también que algo similar aconteciera, tenía que ver con la construcción de la cola que en la elaboración se llenaba con pedazos de la "combinación" de la mamá, una funda de almohada o de los calzoncillos del padre.
Foto Francisco Almela y Vives.
Con la envoltura del hilo en un trozo de palo, estaba completo el avío. Partíamos entonces para el morro del cementerio, para la cancha Gaspar de Rodas, para las vegas del río y de allí lanzábamos al aire nuestras cometas, que llenaban el cielo de alegría y color y abajo nuestros corazones retumbaban; la respiración agitada al verla que se elevaba y se alejaba de nuestras manos cómo queriendo huir. Recobrábamos el hilo, para después volver a soltar. Le enviábamos "telegramas" que le poníamos con papelitos de periódico o con hojitas de los cuadernos, a los que le hacíamos un pequeño hueco en la mitad y lo introducíamos por dentro del hilo, el viento hacía el resto, llevándolo lentamente hasta la propia cometa; esto nos daba tanta alegría que dejábamos escapar un tremendo grito de triunfo. Pero no todo era satisfacción en nuestro juego. Muchas veces el viento era demaciado fuerte y reventaba el hilo y eso casi siempre sucedía cuando la cometa estaba más lejos. Se comenzaba con no perder de vista la comenta y seguir por dónde estaba regado el hilo "calabrés", se iba envolviendo hasta por allá muy lejos y vuelta trizas encontrábamos a la que se había soltado y sin permiso. Llorábamos al escondido para que nuestros compañeritos no se burlaran. Ya para que hilo, ni nada, sí nuestra cometa no servía. Otras ocasiones pasaba lo mismo, no ya por el fuerte viento, si no que el hilo estaba gastado y débil. Pero resultó otro problema y éste sí más grave.
Muchachos del barrio la Azulita que hacían cometas más grandes que se llamaban "media mesa y mesa" empezaron a ponerles cuchillas de afeitar en las colas y cuando las nuestras, tan chiquitas y queridas estaban bien altas, se las pasaban y cortaban el hilo de las nuestras, se "capaban" el hilo (lo robaban), hasta la cometa y sí uno se atrevía a decir algo, no era difícil que le pegaran.
Hoy quisiera tener mi cometa, subir al morro más alto, tener una madeja de hilo tan largo que llegara a Dios, poner el telegráma, que el viento sople y sople...hasta que llegue al cielo y el Supremo Hacedor lo vea, Él encuentre ese pedacito con la palabra PAZ.
Yo tengo un pequeño trauma con los cometas. Yo nunca en mi vida había volado un cometa. Un día le rogue mucho a mi papá para que me llevara a un campo a volar un cometa. Y después de tanto, lo convencí; fuimos y fué el día más maravilloso de mi infancia, y mi papalote voló por todo lo alto perdiendose en un cielo azul... Al poco tiempo, mi papá cayó en cama, y poco después murió. Pero al menos una vez, pude volar un papalote junto a mi padre.
ResponderEliminar:(
Un saludo, y gracias por recordarme viejos y hermosos momentos!
Querida venus. Lamento en el corazón lo de su Señor padre, pero las cometas de su infancia hicieron con él, lo que efectuaron con mis telegramas. ¡Lo llevaron al cielo!
ResponderEliminarUn abrazo.