Foto: AMV.
El barrio un día cualquiera amaneció con un nuevo habitante. La mañana estaba gris, la negrura de las nubes hacía presagiar que muy próximo estaba un aguacero. En un ante jardín (sin jardín) y de una estaca amarrado se encontraba un gallo de pelea que alguien sin saberse porque, lo había traído al lugar. Pasaban los días y el animal continuaba girando entorno a la estaca. Crecía tan rápido que cuando menos se pensó ya era un hermoso ejemplar de vistoso plumaje con su altivez y carácter agresivo que distingue a la raza. Una mano caritativa lo desamarró y le brindaba comida. Nuestra ave ni corta ni perezosa empezó a caminar las calles del lugar con su andar vistoso y coqueto. Escarbaba aquí y allá buscando lombrices, grillos o cualquier cosa que le brindara alimento. Al llegar la tarde, se sube a un árbol de mangos frondoso que lo cobija y lo cuida de algún otro animal que le pueda hacer daño durante la oscuridad de la noche.
De la manera que apareció, se encontró aferrado a una pareja. ¿De dónde llegó la concubina? También sera un misterio. Caminan juntos. Él, escarba y ella lleva al pico el alimento que engulle de un solo picotazo. Se fueron haciendo con el correr del tiempo parte integral de los habitantes quienes de buen corazón les dan de comer y, cómo pasa en una relación amorosa, llegaron los pollitos. Mientras estaban pequeños
Foto AMV.
los cuidaban a todo paso que daban, pero fueron creciendo, ya se les veía tomando sus propias determinaciones; caminaban solos cuadras enteras sin importales para nada sus padres, esperaban que los carros pasaran para atravesar la calle, eso sí, al llegar las primeras sobras de la noche se lanzan al encuentro de los progenitores para subir al árbol y dormir a pierna suelta.
Viendo el comportamiento de éste grupo de animales: el amor por los pollitos y la fidelidad de la pareja, me he quedado lleno de nostalgia de ver cuan distintos somos a esos mis nuevos vecinos...
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