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Él veía correr las aguas del río. Ya no eran tan limpias a las que él vio cruzar en la niñez y la juventud cuando en compañía de sus amigos se adentraba para bañarse. Este estaba sucio y mal oliente. Claro, desde arriba los habitantes arrojaban porquerías que llenaban de sedimento el cauce. En un remolino que se creaba en frente de un sauce derecho y de gran tamaño, se arremolinaban y daban vueltas: colchones que fueron testigos de pasiones sin amor, pedazos de lo que fue una cama, animales muertos que antes fueron alegría de algún hogar, ramas y hojas que se cayeron del tronco porque los años les jugaron una mala pasada. Sus ojos giraban a la par del torbellino, que era igual al que da la vida en sus avatares sorpresivos; amables unos, cruentos otros; pero de la misma forma en que salen los que están atrapados por las aguas en el rincón giratorio, el ser humano logra vencer las dificultades que él mismo se buscó en muchas oportunidades.
Él veía correr las aguas del río. Ya no eran tan limpias a las que él vio cruzar en la niñez y la juventud cuando en compañía de sus amigos se adentraba para bañarse. Este estaba sucio y mal oliente. Claro, desde arriba los habitantes arrojaban porquerías que llenaban de sedimento el cauce. En un remolino que se creaba en frente de un sauce derecho y de gran tamaño, se arremolinaban y daban vueltas: colchones que fueron testigos de pasiones sin amor, pedazos de lo que fue una cama, animales muertos que antes fueron alegría de algún hogar, ramas y hojas que se cayeron del tronco porque los años les jugaron una mala pasada. Sus ojos giraban a la par del torbellino, que era igual al que da la vida en sus avatares sorpresivos; amables unos, cruentos otros; pero de la misma forma en que salen los que están atrapados por las aguas en el rincón giratorio, el ser humano logra vencer las dificultades que él mismo se buscó en muchas oportunidades.
Eran tantas y tantas cosas que pasaban por el lecho del río, que buscó acomodo y sentarse para poder observar los dispares objetos que cruzaban impulsados por la corriente. De pronto y como por encanto, vio que venía plácidamente un libro de cuentos para niños. Se levantó cómo un relámpago, tomó una caña y logró traer hasta
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la orilla aquello que seguramente había pasado por muchas manos angelicales de niños aprendiendo las primeras letras unas veces; otras, por arrugadas de abuelos que temblorosos hacían dormir a los nietos mientras ellos recordaban su pasado o de padres cansados, les leían fábulas de animales para que a sus hijos les creara en en la conciencia el respeto por la naturaleza. El libro en sí estaba borroso por los efectos del
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agua y flácido, pero con sumo cuidado pasaba sus hojas. En la página número 15 casi imperceptible distinguió la imagen de un hada igual a las que él tanto llegó a querer en sus primeros años, aquella que con la varita tocaba una piedra y se convertía en un ser humano lleno de belleza y bondad, con ella, también desaparecían la maldad de un solo tajo. Se le vino a la mente el querer invocar en ese momento a su hada madrina. Verla llegar y con su voz dulce y acariciadora le dijera: ¿qué quieres de mí buen hombre? Solo quiero de ti hermosa criatura que cambie la mentalidad del mundo actual: qué los padres sean buenos, que los hijos los respeten, que el hombre no mate por dinero, que las niñas no se embaracen antes de tiempo y que todos llenos de amor respeten el universo. La realidad le dijo otra cosa: ¡Eso es una quimera! Sintió exasperación y arrojó de nuevo el libro a las aguas vertiginosas del río.
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