"Hay la fe fundamental de la compensación que arregla toda las cosas (Claude M. Bristol).
Desde el año 384 d. C., en los pueblos, se inició la costumbre de imponer la ceniza, como un sentido penitencial. La iglesia lo ha hecho al iniciar la cuaresma, como forma de penitencia y conversión.
El hermoso templo del pueblo, se atiborraba de gente y diferentes olores, exhalados de cada cuerpo; había los de esencias finas importadas, los de los pachulíes baratos y no faltaban algunos despedidos por flatulencia. Se podía observar en la feligresía, muestras de devoción ya fuera fingida o sentida. Se llegaba en fila hasta el presbiterio, lugar donde estaba el sacerdote, quien en latín (que nadie entendía), decía unas cuantas palabras, imponía la ceniza en la frente y...siga. Ya en el anchuroso atrio, se olvidaban las palabras enredadas dichas por el cura: "algún día vamos a morir y el cuerpo se va convertir en polvo, ¡Arrepiéntete! Al pasar la primera mujer esbelta, los ojos, se llenaban de miradas lascivas; hasta ahí, llegaba la religiosidad y el arrepentimiento.
Foto: Monografía de Copacabana.
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En una de las calles por donde se entra y sale del marco de la plaza, vivía una anciana que mitificó el miércoles de ceniza. Entraba al templo con su pañolón negro con flecos, que cubría completamente la cabeza, en señal de respeto y adoración. Mucho tiempo pasaba de rodillas en la banca orando; al salir, cuidaba como a un hijo, la cruz burda, impuesta en su frente que le duraba todo el año ¿Por qué? O no se bañaba o, ella misma, se la continuaba plasmando, con la cenizas de carbón que caían al rescoldo del fogón de la cocina, que eran igual a las brazas de su amor por lo divino