Todo aquello que se haga en bien de los demás, deja tranquilidad en el alma. AMV.
Era tanta la calma, que las horas que daba el reloj en la espigada torre de la iglesia, entraban si recato en los oídos del más alejado de los habitantes; así mismo, se escuchaba el rebuzno del burro en la hacienda de don Ramón Arango, gamonal del pueblo. En la plaza sólo faltaba el espanto. Se escuchaba música de algún traganíquel apostado en una de las tantas cantinas del marco.
Sin dar aviso de la llegada, iban apareciendo destartalados camiones, repletos de chivos, lonas para tiendas de campaña, ollas y grandes pailas de cobre. Se bajaban con dificultad, hermosas mujeres de batas largas y coloridas; profundos escotes, collares, candongos brillantes adheridos a las orejas; todas llevaban una pañoleta que les cubrían la cabeza. De un sólo brinco, hacían su aparición, hombres de largas patillas, bigotes oscuros que parecían pintados; ropa ajustada al cuerpo en donde no faltaba el chaleco y el sombrero. Por último, las hembras de más años; todas ellas 'jamonudas' (gordas), que eran ayudadas con devoción por las más jóvenes. Al final, hacía su descenso, el patriarca. Hombre casi siempre entrado en años; gordo y lleno de aditamentos plateados, entre los que sobresalían anillos en todos los dedos. Para él, todos hacían reverencia.
El lugar preferido para la estadía, estaba a la orilla de la quebrada Piedras Blancas. Levantaban sus toldos arrugados; encendían hogueras; en ocasiones se formaban bailes, que muchas veces terminaban en camorra.
La calma del poblado, se convertía en curiosidad ante los fuereños y la extraña cultura. Los niños y los monzalbetes, encabritaban al patriarca, a quien le habían puesto un remoquete que lo sacaba de casillas, mientras él, contestaba con gruesas palabras, todas ellas terminadas en uta...e idos; las bellas mujeres recorrían las calles, buscando campesinos e incautos, para adivinarles la suerte.
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