"Prefiero ser un Sócrates dubitativo, a un cerdo satisfecho" (Martín Heidegger).
No era raro que los días domingos, se viera pasar por las eras del parque, caminando las calles, saliendo de la iglesia, a la entrada del teatro, o sentados en alguna de las cantinas, a honbres, con el uniforme kaki que distinguía a los bomberos de Medellín, ciudad capital del departamento de Antioquia. Una institución engalanada de méritos por el coraje y arrojo de sus integrantes. Algo de ello, inspiraba a los jóvenes del Sitio de la Tasajera, uno de los nombres dado por los españoles a la actual Copacabana, para querer pertenecer a dicho cuerpo.
Por algún tiempo, desde el capitán jefe, hasta el último subordinado, pertenecían a la población. Era todo un monopolio en la altruista labor, de salvar vidas y bienes de la comunidad. Cuando estaban de asueto, engalanados con su vestimenta de trabajo, a la que le daba cierto postín el quepis, los contertulios civiles y las damas no dejaban de mirarlos con cierta admiración, lo que a ellos, los llenaba de orgullo, que no disimulaban. Ese día, las cantinas se llenaban de ajetreo. Los tangos resonaban en las voces de Gardel, Oscar la Roca, Magaldi y Julio Martel. No podía faltar la música vieja de Margarita Cueto, Juan Arvizu o Carlos Mejía; el volumen hacía que las melodías llegaran hasta el púlpito, cuando el padre Sanín estaba reprendiendo a los feligreses por la vida disipada. Los cantineros demostraban el rostro de alegría, pues sus arcas, se verían beneficiadas, después de una semana de soledad en el pueblo.
Capitán Carlos Correa Cadavid.
Jamás creyó que llegaría a ser médico o algo parecido. Carlos Correa, vio la oportunidad de ser un pilar en la economía del hogar, enrolándose en el cuerpo de bomberos y después de ser por un tiempo voluntario, ascendió tanto, que con el correr de los años, llegó a ser su jefe y...un amigo del alma, acrecentado por el transcurrir del tiempo.